Si se trata de un punto de no retorno, probablemente lo descubriremos pronto. Pero lo cierto es que, a partir de ahora, nada será como antes. Se puede intentar fingir que no pasa nada -y esto sólo ocurrirá si existe la comodidad de los resultados en el campo-, pero se corre el riesgo de que sólo sea polvo que se esconde debajo de la alfombra: no se ve, pero está ahí, y tarde o temprano hay que quitarlo.
El día después de las acusaciones de Fonseca contra el equipo -precisas, circunstanciales, conscientes- no pasó gran cosa. En el sentido: ningún cara a cara trascendental en Milanello, ninguna postura pública de la directiva. Siguen adelante pensando en el próximo partido porque es el calendario, supercomprimido hasta marzo, el que lo impone. Y porque en el corazón de todos los que trabajan en el AC Milan, en el fondo, existe la esperanza de que la temporada se desarrolle de tal manera que se olviden los problemas críticos actuales.
Primer problema: lo de Fonseca no era una erupción intestinal. Sino algo brillante, que le roía por dentro, y por eso decidió comunicarse con el mundo exterior con el objetivo evidente de provocar un choque ambiental. Tal vez para ponerlo todo a cero, o al menos buena parte de ello, y empezar de nuevo. Al fin y al cabo, el técnico portugués había utilizado el mismo método con Leao.
Y en ese caso hay que reconocerle el mérito de haber acertado. Aquí, sin embargo, no estamos hablando de un individuo, sino de varios individuos. En general, ya se sabe cómo suelen acabar estas cosas: cuando un equipo no gira, aunque los defectos de los jugadores sean evidentes, a la larga sólo paga el capitán.
La buena noticia es que ni siquiera hemos llegado a la mitad de la temporada, así que aún hay tiempo y forma de enderezar el timón. Por lo demás, las buenas noticias acaban aquí: en el campo el equipo es inconsistente -eufemismo- y se ha despedido del Scudetto con un avance que no es proporcional al valor de la plantilla y a las declaraciones de intenciones del club y del propio entrenador.
Después de la bronca de San Siro, como se suele decir, en la práctica no pasó gran cosa. Fonseca dirigió la sesión matinal de entrenamiento en Milanello, donde no había directivos. De hecho, la cita para reunirse ya estaba programada para la tarde en San Siro, con motivo de la fiesta de Navidad del sector juvenil rossonero. Allí estaban todos -Furlani, Ibra, Moncada- y también Paulo.
El club dejó filtrar una imagen del momento, obviamente en términos positivos. En pocas palabras: hubo un enfrentamiento tranquilo entre Fonseca y la directiva, la postura dura del entrenador tras lo del Estrella Roja formaba parte de su estrategia para elevar el nivel y sólo pretendía sacudir al equipo.
Muy cierto, a todas luces. Pero, al menos desde fuera, la aventura rossonera del técnico portugués sigue transmitiendo cierta sensación de soledad. Mucho depende también del planteamiento de gestión del club: a ojos de la propiedad, no es necesaria la presencia directiva en el terreno de juego a diario, como tampoco lo es hablar públicamente con demasiada frecuencia.
El modelo es evidentemente el americano, donde cada uno se ocupa de su área y al final de la temporada el jefe saca las conclusiones. Exhaustivas, en este sentido, son las palabras que dijo Ibra antes del partido con el Brujas, es decir, pocos días después de las múltiples insubordinaciones en Florencia: “Fonseca es él mismo, es el entrenador y ciertas cuestiones deben resolverse desde dentro. Son adultos y tienen que asumir su responsabilidad”.
Ciertamente, la experiencia de Paulo ya comenzó con algunos hándicaps. Por ejemplo, el hecho de haber sido convocado después de la fumata negra con Lopetegui. Por ejemplo el factor ambiental poco amistoso, con la afición soñando con Conte. Por ejemplo cuando a mediados de agosto, después de que Fonseca dijera “mercado cerrado para mí”, Ibrahimovic contestó poco después: “El entrenador es el entrenador, el club hace el resto”.
Inmediatamente puesto de nuevo en marcha, en resumen. El resto de la temporada no proporcionó demasiada tranquilidad. La primera desavenencia real con algunos jugadores quedó clara en Roma, con el Lazio, con el triste enfriamiento en solitario de Theo y Leao. En Florencia se tocó fondo: anarquía casi total, con jugadores que robaban penaltis arrebatándose el balón de las manos unos a otros. Un vestuario se descontroló descaradamente.
Luego, la telenovela con Leao, hasta ese “me importan un p…o los nombres de los jugadores” espetado en rueda de prensa la víspera de un partido. Por último, antes del arrebato post-Estrella Roja, el post-Atalanta. También muy duro, pero en ese caso contra la clase arbitral. Intenciones de las que el entrenador, antes de exponerse, no había puesto en conocimiento de la dirección.
Que de hecho, primero con Scaroni y luego con Ibra, prácticamente se desmarcó de su pensamiento, entre otras cosas porque a la propiedad no le gustaron las declaraciones del portugués sobre ese tema en concreto.
Ahora falta saber qué ocurrirá a corto plazo: ¿más castigos en el banquillo como ocurrió tras lo de la Fiorentina? ¿Diálogos cara a cara para abordar los problemas como personas maduras? La gestión de los vestuarios, tras las palabras del miércoles por la noche, no será fácil. Después, las perspectivas a medio plazo cobrarán actualidad.