Gianni Rivera fue el Milan, como Adriano Panatta lo fue en el ténis y Gustavo Thoeni en el esquí. Otros milanistas, otros tenistas, otros esquiadores ganaron antes y después, pero jamás nadie llegó a su total identificación. Nadie fue tan proverbial.
La célebre caricatura que hizo Diego Abantantuono en la película Il Ras della Fossa restituyó el sentido de Rivera mejor que cualquier otro retrato técnico. “Dios, por encima de San Siro, apareció tras una nube, le dio el balón a Gianni y le dijo: ‘Viaja por el mundo y enseña fútbol'” y esto fue Gianni Rivera para los milanistas: un ser especial, altamente unido a la divinidad, que durante 19 temporadas atravesó pasillos invisibles (“Y a mis ojos”, repetía Nereo Rocco, que lo entrenó), portó la luz, mostró una técnica prohibida a los comunes mortales.
Fue belleza y diversión, teatro no menos que deporte. Y aparte fue un líder, 12 años con el brazalete puesto. Le marcó al Estudiantes en el partido de vuelta de la Copa Intercontinental ganada (1969), en la noche de la sangre. Grácil, pero con la personalidad de hielo.
La acción que mejor le representa es la asistencia para el último gol de Prati en la final de la Copa de Campeones ante el Ajax (1969). Se escapó desde mitad del campo, supera al portero, se va demasiado, se para, levanta la cabeza, espera la llegada de Prati y con un ligero toque la pone al frente: 4-1. Es producto de todo: técnica suprema, altruismo, gélida gestión de las emociones, cerebro.
Desde Pierino Prati a Aldo Maldera, un lateral que gracias a él se descubrió como goleador, todos los que han pasado por su lado han hecho carrera. Llegó al Milan como el Chico de Oro, se marchó con el scudetto de la estrella (1979), tras luchar contra la prensa y los árbitros, con ímpetus de sindicalista.
Estaba listo para ser dirigente y político. Más que sus victorias, el Rivera milanista fue ese: un maestro de la belleza con un carisma que seducía, el orgullo proverbial de muchas generaciones. El 10.
TEMPORADAS (19): 1960-1979
PRESENCIAS/GOLES: 658/164
TÍTULOS: Scudettos 1961/62, 1967/68 y 1978/79, Copas de Campeones: 1963 y 1969, Copa Intercontinental: 1969, Recopa de Europa: 1968 y 1973, Copas de Italia: 1967, 1972, 1973 y 1977
ENTREVISTA A GIANNI RIVERA
El número 10, que fue llevado prácticamente en todos los 658 partidos como rossonero, en el fútbol de camisetas que no estaban personalizadas, representaba el punto de encuentro entre calidad realizativa y las ideas de un campeón.
El primer Balón de Oro italiano en 1969 (Sivori en 1961 nació en Argentina), aparte de distribuir juego y asistencias, fue capaz de marcar 164 goles (1 tanto cada 4 partidos), si a ese dato llegara Piatek…
“Hay que decir que ser delantero en este Milan no debe ser algo fácil. El equipo está rindiendo por debajo de su valor y cuando esto sucede, depende de una incierta situación del club, que repercute en el rendimiento en el campo. Hay cosas poco claras, en las relaciones entre los varios componentes. No conozco la situación real y las estrategias, pero hay cosas que no cuadran, que preocupa, que existe”.
¿La llegada de Ibrahimovic podría hacer más competitivo a este Milan en ascenso?
“Hay que fiarse del entrenador. Piatek hasta ahora ha marcado poco, se esperaba más e Ibra es un delantero de valor. Pero ya no tan joven: ¿bajo qué condiciones físicas y mentales llegaría? En las características individuales hay que preguntarse si los dos pueden coexistir. Pero son valoraciones que corresponde hacer al entrenador”.
Pero usted en este periodo está haciendo de míster en Roma…
“Cuando Nereo Rocco era llamado así, a lo inglés, replicaba enseguida: míster serás tú, cara de mono…”.
Ah Rocco, su padre futbolístico
“Era único, sabía liberarte del cargo de responsabilidad que sufrían los jugadores con sus fulgurantes bromas. Sabía aprovechar los momentos para actuar sobre todo en clave psicológica”.
Pero usted no llegó al Milan gracias a él
“Fueron Pedroni y Gipo Viani quienes me sacaron del Alessandria a Milán para hacer una prueba en el campo de Linate. Un partido el cual había dos jugadores del primer equipo, Liedholm y Schiaffino, fueron por Viani, nuestro director deportivo les dijo que ese chico debía ser fichado. No tenía siquiera los 16 años: mi historia empezó desde esa ilustre recomendación”.
Se quedó un año más en el Alessandria, en la Serie A, luego el gran salto a la metrópoli. Diecinueve temporadas, todas caracterizadas sobre todo por sus jugadas
“Ganamos muchos, por suerte. Siempre compartí mis alegrías con todos los compañeros que tuve: fuera de serie, jugadores medios, también los malos. Pero siempre dije que ese Balón de Oro lo habría roto en pedazos para donarlos a todos mis compañeros de aventura: en el fútbol se gana como equipo”.
De joven era tan grácil como un tal Messi, por quedarnos dentro del ámbito de los campeones
“Yo no tuve que seguir dietas particulares para reforzarme, lo pensó la naturaleza con el paso de los años. Pero las piernas eran sólidas desde muy joven”.
Entre el campo, la oficina como directivo y luego como hincha ha vivido la mitad de los 120 años rossoneros: ¿cual fue el Milan más brillante?
“Pienso en el que colocaba la defensa de la Selección Italiana y el ataque de Holanda: una mezcla formidable. Y el mérito va también a los que formaron nuestra cantera, Baresi, Maldini, Galli, Costacurta”.
¿Quién fue mejor, Cesare o Paolo?
“Mi Maldini fue un central de rara eficacia y personalidad, pero usaba solo el pie derecho. Paolo recibió del padre algo más que Cesare no consiguió nunca exprimir”.
El Milan de Berlusconi dominó durante bastante tiempo: ¿representa para usted una amargura el no haber podido formar parte?
“No, porque se trababa de una decisión. Tenía que verificar que más allá de los confines como directivo rossonero no podía ir más allá y al mismo tiempo me salió la ocasión de entrar en política: por lo que decidí marcharme del club”.
Durante años se intentó asociar Pirlo con Rivera: ¿comparación posible?
“La carrera de Andrea demostró que él es mucho más centrocampista que yo”.
¿Existe el ‘espíritu Milan’?
“Sí, hay una unión entre periodos diversos, ser correctos en las relaciones internas y en el patrón de las actitudes externas: nunca fuimos un equipo de gritadores. Hasta el punto que los cronistas nos echaban la bronca a menudo: Gianni, jamás nos das frases de portadas…”.