1988 – La perla de Marco Van Basten
Marco Van Basten no es solamente el nombre de un jugador, sino la cicatriz todavía abierta de quien ama y amó el fútbol. Un delantero extraordinario que una pierna dolorida le quitó de este deporte y a la vista de todos demasiado pronto.
No era un jugador que se hiciera amar por sus rivales, demasiado holandés, demasiado soberbio, pero el que conseguía hacer con el balón entre los pies solo podía generar admiración incluso entre aquellos que sufrían sonoras derrotas.
En 1988 “el último emperador” de Bernardo Bertolucci ganó el Oscar como mejor película junto a ocho estatuillas, en los Estados Unidos ponían a punto los primeros programas antivirus para los sistemas informáticos y el escritor egipcio Nagib Mahuz ganó el Nobel de Literatura.
El 25 de junio, en el Olympiastadion de Múnich el público quedó encantado por la tremenda volea de Van Basten para el gol del 2-0 donde fueron Campeones de Europa por primera y única en la historia de la Selección Holandesa.
Parecieron segundos interminables desde que el delantero del Milan remató el balón desde el fondo del campo hasta que acabó en gol, superando la defensa del portero ruso Dasaev: “Recuerdo ese gol, me sentí humillado, pero a decir verdad, tuvo bastante suerte, remató el balón con una trayectoria donde no pensaba que pudiera ver portería”.
Pero asociar la fortuna a Marco es cuanto menos incauto, viendo la factura de goles que el Cisne de Utrecht estaba habituado a realizar. Y ese “me sentí humillado” está todo el rencor de quien, entre los mejores porteros del mundo en ese momento, tuvo que pasar a la historia por esa volea, esa saeta anaranjada, que intentó débilmente parar.
Holanda en esa final llegó caracoleando sin suscitar grandes pasiones en su patria: perdieron primero contra la URSS, superaron a Inglaterra con hattrick de Van Basten, pero el juego del equipo de Rinus Michels no despega y ante Irlanda lo salva Wim Kieft, que entró poco antes del final por Erwin Koeman: naranjas a semifinales.
El partido ante Alemania Oriental fue durísimo, no solo porque eran los anfitriones, sino también por la histórica rivalidad se hizo sentir y es ahí cuando apareció la chispa holandesa. Con el bueno de Koeman empató de penalty de Matthaus y a dos minutos del final ganaron con una perfecta diagonal de Van Basten, superando al portero Immel.
La final de Múnich no se daba por descontada porque la URSS de Lobanovsky ante Italia mostró toda su fuerza física y su sagacidad táctica. Se enfrentaron dos escuelas futbolísticas y el partido fue bastante equilibrado, los movimientos soviéticos pusieron en lucha a toda la defensa holandesa, pero no superaron a los campeones, especialmente sobre Gullit que puso en dificultades a sus rivales hasta el gol del 1-0, de cabeza.
El fantástico gol de Van Basten para el 2-0 a centro de Muhren, con Michels que se puso las manos a la cabeza en el poco pelo que le quedaba. De nada servirá el golpe de orgullo soviético, a pesar que remataron al palo y se hicieron parar el penalty de Belanov por Van Breukelen.
Michels se sentaba en el mismo sitio tras perder la final del Mundial de 1974 contra Alemania Oriental, consiguiendo una gran revancha. Van Basten acababa de ganar el scudetto con el Milan, donde le esperaban todavía muchos goles y victorias, pero en 1995 tuvo que decir adiós cuando todos pensaban que le quedaba mucho por mostrar, incluso como rival.
Su última biografía se titular “Frágil” y es cuando se le puede dedicar una canción de Fabrizio De André: “Y ahí sentado en medio de vosotros dije hasta luego / me sentía menos cansado que vosotros / estaba mucho menos cansado que vosotros”. Danke Marco.
Con el Milan Marco Van Basten ganó 4 ligas, 4 Supercopas de Italia, 3 Copas de Campeones, 2 Supercopas de Europa y 2 Intercontinentales, conquistando dos veces el máximo goleador de la Serie A (1990 con 19 goles y 1992 con 25) y una vez en la Copa de Campeones (1989 con 10 goles).