Al pintor le han quitado el lienzo y Mozart no encuentra su clavicordio. En definitiva, Yacine Adli -que encarna ambas figuras según el olfato y la vena poética de sus seguidores- ya no pinta ni compone su fútbol, ese fútbol de cabeza y pases delicados y precisos que enamoraba a quienes tenían la suerte (y la perspicacia) de verle jugar en el Burdeos.
Allí, en su Francia natal, este centrocampista de pelo rizado y origen argelino (¿les recuerda a alguien? Sí, a él, a Zizou Zidane…) impuso la ley, aunque en un equipo que descendió al final de la temporada pasada (pero ¿por qué, de dónde salió el formidable Bennacer?). Aquí, en Italia y en el AC Milan, se ha eclipsado, desapareciendo de la rotación e incluso de los debates, tras una pretemporada que, en cambio, presagiaba un amanecer lleno de promesas.
Está por ver el motivo, y es un dilema que sólo puede resolver una persona: Stefano Pioli, que entrena a diario al trequartista de 22 años. Sería interesante, también para hacer justicia a los rumores de dudoso fundamento, que el técnico rossonero explicara qué es lo que tiene menos Adli, al menos a estas alturas de la temporada, que sus dos colegas en el cargo: el vivaz y veloz, pero a menudo inconcluso, Díaz, tan bueno para sembrar rivales con el balón en los pies como propenso a enredarse en el momento de la asistencia o el remate, y De Keteleare, marchito en su turbación ligada quizá a una excesiva necesidad de agradar y complacer o, más sencillamente, a una adaptación a los tacticismos del fútbol italiano más lenta y complicada de lo esperado.
Siendo así, la pregunta es marzullianamente obvia: ¿por qué no juega Adli? ¿Qué ha hecho mal, o no lo suficientemente bien? Después de los prometedores amistosos de verano, y no es que el Milan se haya enfrentado a los leñadores y a los trabajadores de postín, cuando llegó in extremis desde el mercado del CDK, el francés desapareció inmediatamente del radar, como se dice en estos casos.
Un puñado de minutos en la tercera jornada y con el resultado adquirido contra el Bolonia, luego una hora en Verona en la décima, en un Milán tartamudo y embarullado como el que se vio el martes en Cremona, más unos minutos. En total, 114 minutos apenas.
En Verona, Adli, desplegado en su papel natural (pero no en el único en el que puede actuar) -el de trequartista, de hecho, pero en un centro del campo en el que faltaba Bennacer, que es un elemento indispensable de este equipo-, había flojeado más o menos como todos los demás, y, tras su salida del campo, no es que el juego haya subido de repente.
Se dice que Pioli lo considera inadecuado para su fútbol agresivo y dinámico; que, en definitiva, Adli es más un hombre de pensamiento que de pierna. Los números dicen, sin embargo, que en Francia ganó más contras que el alabado, largamente buscado (por el Milan) y a menudo lesionado Renato Sanches.
En el Burdeos, Adli, al que el técnico rossonero “ve” por ahora sólo detrás del central, jugó en todas las posiciones del mediocampo, de tres cuartos para abajo, pudiendo explotar, frente a la defensa, dos de sus principales cualidades: la visión de juego y el lanzamiento.
¿Parecemos unos defensores demasiado entusiastas e incluso patéticos del francés? Pues bien, el discurso relacionado con él podría extenderse a otros dos nuevos fichajes, Thiaw y Vranckx: el primero, tras el puñado de minutos en Verona en los que salvó dos goles casi hechos, jugó su primer papel de titular en Cremona, estando a punto de marcar con la especialidad de la casa -el cabezazo- y mostrando seguridad y pulcritud en sus intervenciones.
El segundo es otro que apenas se ha dejado ver, y sin embargo, según la clasificación de la Gazzetta de los mejores sub-20 del mundo, está en la mitad de la lista, que incluye 80 nombres. Tal vez la explicación de su escaso empleo radique precisamente en esto: desde Adli hasta Vranckx, todos son veinteañeros o más, llegados de países con una cultura futbolística diferente y necesitados de aprendizaje antes de insertarse definitivamente en un sistema de juego fascinante pero complejo, precisamente por ser “líquido”, es decir, cuyos jugadores no cubren posiciones codificadas y esquemáticas, como el que propone Pioli. Un sistema “europeo”, pero precisamente por eso, gente como la mencionada debería adaptarse a él con bastante rapidez. ¿O deberían?