Explicación fácil: Ibra volvió al equipo y el Milan empezó a ganar de nuevo. Parte de ello también está aquí, ciertamente. Explicación más compleja: el Milan empezó a ganar de nuevo porque, igual que se apagó la luz en el último partido contra el Roma, volvió a encenderse en el descanso contra el Torino. El problema es entender por qué. Antes y ahora. Misterios.
Pero al menos aquí para el Diavolo hay un final feliz que tras siete partidos sin sonreír frena el hundimiento y cambia de perspectiva, manteniendo una fuerte puja por los cuatro primeros puestos. Era importante reencontrarse también en la llave de la Champions, ya que se trataba del ensayo general antes del desafío con el desatado Conte.
No fue un Milan curado, ojo: la primera parte fue pésima y mal jugada como los partidos anteriores, pero en la segunda se encendió esa chispa que Pioli llevaba tiempo buscando. Los Toro parecieron mucho mejores en los primeros 45 minutos, jugaron con personalidad, atención e ideas claras, pero fueron incapaces de contener la onda expansiva -ciertamente inesperada, visto el primer tiempo- de los rossoneri en la segunda mitad.
Pioli mantuvo la fe en las indicaciones que había dado al confirmar la defensa de tres hombres, pero con una novedad respecto al derbi: sale Gabbia y entra Thiaw, en su tercera titularidad esta temporada (la última fue hace tres meses).
El mercado de verano da un golpe. También diferente en el centro del campo, con dos centrocampistas -Tonali y Krunic- y no tres. En la delantera, Leao está de vuelta tras dos ruidosas exclusiones consecutivas, y junto a él y Giroud, está Díaz, libre para oscilar entre líneas. Sin embargo, el problema más acuciante para Juric era configurar un centro del campo sin Ricci, lesionado, y con Ilic obligado a sentarse en el banquillo por una precaria condición atlética.
El técnico granata lo resolvió con un nombre anunciado -Adoppo, el killer del Diavolo en la Coppa Italia- y la gran sorpresa Gineitis, un lituano de 18 años que debuta en el primer equipo. En los flancos Singo y Rodríguez, ataque confiado a Vlasic y Miranchuk para apoyar a Sanabria.
Feo y aburrido. El primer tiempo oscila entre estas coordenadas porque el Milan es el Milan habitual de las últimas semanas -lento, previsible, asustadizo- y Toro, que tendría burbujas que reventar, tras un cuarto de hora de personalidad parece casi conformarse con asustar al Diavolo sólo de vez en cuando. Un error, porque este Milan es un equipo al que la ansiedad se come más o menos cada vez que se encierra en su área, y al que le cuesta una mierda salir limpio cuando recupera el balón.
En resumen, de los dos, el Torino fue definitivamente mejor, pero la embestida fallida es un pecado capital. También porque el Milan, una vez más, no funcionó. La maniobra colectiva -apagada, abúlica y temerosa- no funcionó, ni tampoco las individuales. Destaca sobre todo Leao, con envíos centrales y no laterales que prácticamente le eliminan del juego, también porque Rafa nunca consigue dar profundidad.
También destaca Giroud, en las peores condiciones físicas, incapaz de defender el balón o incluso de pararlo. También destaca Hernández, también con los músculos visiblemente agotados. Y también la hay para Díaz, que tendría brío pero lo desperdició al decidir tocar sobre todo una partitura en solitario y acabar estrellándose repetidamente contra el muro de Granata. Los tres primeros defensas lo compensarán, y con interés, en la segunda parte.
Toro aplastó al Milan durante un tiempo, luego optó por la gestión, pero mantuvo el control. Gineitis se pegaba a Díaz -a veces con demasiada brusquedad- y lo asfixiaba, Singo martilleaba por la banda, Miranchuk vigilaba los hombros de los que operaban unos metros por delante y Vlasic -aunque no estaba en uno de sus mejores días- con sus movimientos abría huecos bastante notables en el centro del campo rossonero.
Los granata, sin embargo, fueron mucho más precisos y punzantes a la hora de girar el balón ante un Diavolo aún desconectado entre los departamentos y con una actitud visiblemente desanimada. Podías ver el miedo, podías tocarlo en cada parada. A cada paso. Y nubla las ideas cuando hay que atacar porque Milenkovic, aparte de algunos disparos desviados de Theo y Saelemaekers, no tiene nada de qué preocuparse.
Leao, en el único balón bueno de los primeros 45, se adormiló antes de disparar. El Torino, por su parte, apareció dos veces con peligro: en el minuto 18, cuando Sanabria rozó el poste, y en el 37, cuando Tatarusanu no llegó a salir, Kjaer tropezó como último hombre y Sanabria mordió el balón por un buen reflejo del guardameta rossonero.
La reanudación ofrece otro guión. Con una llave precisa: Hernández decidió que se había acabado el tiempo de la contemplación y empezó a empujar. Toro cayó, Singo con él, y el Milan empezó a crear el tipo de peligro que hacía tiempo que no veían. Dos fuertes anulaciones: la de Giroud por Leao en el minuto 9 y la de Díaz por Giroud en el minuto 11 obligaron a Milinkovic a realizar dos importantes intervenciones, sobre todo la segunda, con el balón bailando a poca distancia de la línea.
Y en el minuto 18, el Diablo se adelantó: un centro de Theo fue cabeceado por Giroud, que le robó el tiempo a Djidji, giró -perdón, se dio la vuelta- y se coló en la portería del Granada con un beso en la camiseta. Era la redención por las dos decepciones de Qatar.
Juric dio entrada a Karamoh, pero siguió siendo el Milan el que apretó al filo de la media hora con Hernández, quien, al contragolpe, tiró un gol a la papelera tras una asistencia perfecta de Leao. Las manos en el pelo de nuevo a rubio platino. Sin embargo, fue un Diavolo diferente, entre otras cosas porque Leao volvió a la banda con una buena pierna y uno se pregunta qué fue lo que frenó a los rossoneri hasta el descanso. Miedo, evidentemente sólo miedo.