El resumen más eficaz es probablemente el de Leao al final del partido, premiado como el mejor jugador del encuentro: “Todos sabíamos lo que teníamos que hacer”. Y ya está. No dijo nada. Una afirmación que llama la atención si se piensa incluso en hace un par de semanas, cuando era exactamente lo contrario.
El Milan no se ha convertido de repente en un equipo de superhéroes -una comparación imposible de evitar después de que las cámaras de San Siro enmarcaran anoche a Mr Rain-, pero ha vuelto a ser él mismo. Que no es poco, después de un mes sin identidad.
Es como si el equipo visto desde el minuto 87 con el Roma hasta el 45 con el Torino se hubiera disuelto de repente, dejando tras de sí una apatía, un sopor y una inseguridad incomprensibles. Y si Pioli estuvo, en primera persona, en el banquillo durante la ventisca, ahora es igualmente justo reconocerle el mérito de haber encontrado la manera de sacar al Milan del marasmo.
“Para mí, el Milan está curado, los jugadores vuelven a sonreír”: éste es el principal cartel colgado por el entrenador tras el partido. Prácticamente una sentencia absolutoria tras las duras acusaciones de los últimos tiempos. Quizá no completamente curados, pero en una cosa Pioli siempre ha tenido razón: sólo era cuestión de cabeza. En realidad, la prueba reina no fue ante el Tottenham. O al menos, anoche fue una confirmación de lo que se había visto en la segunda parte contra el Torino.
Cuando Giroud marcó, fue como si el Milan se hubiera arrancado una bolsa de nylon de la cabeza: empezó a respirar de nuevo, a oxigenarse la sangre. Poder mental, que liberó las piernas y puso al entrenador en condiciones de exigir la misma actitud contra el Tottenham. Pioli trabajó mucho en este sentido en los días previos al partido.
Como resultado, Theo y Leao volvieron a corretear por las bandas, Tonali volvió a ser el capitán virtual en el centro del campo, Kalulu y Kjaer cogieron de la mano a Thiaw y le acompañaron en una fase defensiva por fin sólida, y Díaz recordó que a un número 10 a veces se le pide que marque goles y no sólo que asista. Hubo quien juró un giro irreparable sobre sí mismo, con Pioli como “hombre muerto andando” hacia una despedida de Milanello, pero en lugar de eso el técnico volvió a tomar el timón.
Una vez curada la cabeza, por casualidad el juego ha vuelto. Tres años de aprendizaje no se pueden borrar: si desaparecen, sólo hay que dar con la tecla para que vuelvan a la luz. Pioli ha optado por hacer que su equipo vista un traje diferente, pasando permanentemente de una defensa de cuatro a otra con tres/cinco hombres, lo que exige principios de juego completamente distintos.
Se necesita tiempo, aunque en el Milan siempre hay poco tiempo. El partido contra el Tottenham, después de todo, contó una historia muy sencilla: con la actitud adecuada y la cabeza despejada, el sistema de juego cuenta hasta cierto punto. El Milan pioliano ha vuelto con todas sus características: presión alta, correr por fuera, movimiento rápido del balón, exactamente igual que en los buenos tiempos del 4-2-3-1.
Sí, la presión. Cuando tienes miedo, te atrincheras, esperas y esperas a desenredarte. Cuando tienes confianza, te defiendes atacando. Pioli ganó un Scudetto así, Mancini una Eurocopa. Defender, en la medida de lo posible, corriendo hacia delante y no huyendo. La presión rossonera dio sus frutos porque estuvo coordinada.
Tramos cortos: cuando Tonali y Krunic gruñeron a Skipp y Sarr, la defensa subió y cerró las líneas. Díaz enlazó muy bien tres cuartos y mediocampo. Saelemaekers y Theo impidieron las internadas de Perisic y Emerson Royal. Giroud y Leao inquietaron a los tres defensas de Conte desde el primer toque de balón.
Todos se ayudaron de todos, incluidos los más refractarios a ciertas cosas. A mitad de la segunda parte vimos a Leao recuperar el balón deslizándose hasta el centro del campo: así es como se puede aspirar a un futuro como protagonista.
Las nuevas entregas tácticas del 3-4-2-1 tardaron en asimilarse. Sobre todo en las bandas, donde ya no existe la cadena fija lateral-lateral alto. Es necesario dosificar y gestionar los golpes porque se corre el riesgo de descubrir al equipo. Y es necesario entender el movimiento de los atacantes. Contra Toro, por ejemplo, Leao jugó demasiado centrado, luego se dio cuenta de que podía liberar la carrera incluso en territorios más amplios, y lo hizo.
Una puesta a punto que le salió bien ante el Tottenham, oscilando entre los terrones de Giroud y el que estaba cerca de la línea de banda. La defensa también está por fin bien registrada: es la segunda portería a cero consecutiva, sólo un gol encajado (en el derby) en las tres últimas salidas. En las tres anteriores habían sido doce.
Y cuando el colectivo recupera la confianza, ¿qué ocurre? Sencillo, las individualidades con más talento vuelven a marcar la diferencia. El caso más llamativo es sin duda el de Hernández, que ha pasado de un estado de hibernación a volver a ser protagonista. Le sigue de cerca Tonali, que había pasado visiblemente apuros en el último mes, con rivales apareciendo por todas partes y compañeros escondiéndose detrás de él.
El propio Leao -aunque todavía no al nivel que conocemos- ha recuperado vigor y confianza y, en lugar de intentar resolver los partidos él solo, ha empezado a asistir a sus compañeros. Los dos goles devorados por el Diablo -De Ketelaere y Thiaw- partieron de su pie. Una asistencia y media que podría haber cambiado la historia del doble desafío con los Spurs. La esperanza es que el Milan no tenga que lamentarlo en Londres.