
Desde Florencia, entre los diversos parámetros sesgados a la baja, llega una cifra que ilustra el problema de forma bastante exhaustiva: sólo Maignan tocó 61 balones frente a los 70 que juntaron Giroud, Ibra, Rebic y Origi. Una miseria. Y una imagen dramática de lo aplastado que estuvo el Milan en el Franchi y de lo inconsistente que se mostró en la fase ofensiva.
No fue sólo culpa de la delantera, ojo. Cuando no hay la actitud adecuada en términos colectivos, o tienes un jugador estrella que construye el gol por sí mismo -y el Milan obviamente no lo tiene- o el andamiaje se derrumba pieza a pieza. Como fichas de dominó. Los tres delanteros pasaron apuros en parte por sus propios deméritos, pero también porque esta vez el centro del campo -y fue el centro del campo titular- se vio amordazado por el rival.
Una premisa necesaria, ésta, pero que no lava los defectos de los delanteros. Cuando decimos delanteros nos referimos a los delanteros. Los jugadores que deben -deberían- marcar goles para ganarse la vida (así que dejemos a De Ketelaere fuera por una vez). En marzo, cuando sólo quedan tres meses para el final de la temporada, una cosa parece bastante clara. Y no es una gran cosa: cuando al Milan le falta uno de Giroud y Leao, está en problemas.
Y no hablemos de símbolos de regularidad: Rafa, sobre todo después del Mundial, alterna partidos vivos con otros (en su mayoría) opacos, mientras que a Oli no se le puede pedir más de lo que ya hace a sus 36 años. Pero la mala leche del francés de cara a portería y la imprevisibilidad del portugués como segundo punta son características que se acaban con ellos.
El resto de la plantilla, por delante, no ha perecido. Ibrahimovic, por ejemplo, está forrado. Es un espectáculo oírle decir que “hasta hace tres semanas las sensaciones no eran positivas, luego pasó algo e hice más en tres semanas que en los últimos ocho meses”. Reconfortante, invita al optimismo, el propio Pioli en vísperas de Florencia le calificó como posible titular, pero seguimos hablando de un jugador de 41 años que lleva nueve meses de baja.
Además de minutos, es necesario que se familiarice con la intensidad del juego. Con velocidad de ejecución, que para un delantero marca la diferencia. En resumen, todos estamos de acuerdo en que Zlatan sigue siendo el señor Lobo del Milan, pero hace falta sensatez. Si Ibra trata de dejar huella en la que podría (debería) ser su última temporada como jugador, hay dos compañeros de departamento que -digamos- transmiten sensaciones diferentes en el exterior.
Digamos que en el caso de Rebic y Origi -casi 15 millones de ingresos brutos totales por temporada-, parece estar bastante lejos de la ferocidad agonística que Ibra pone en su planteamiento de trabajo. Porque, al margen de los diversos percances físicos que han sufrido a lo largo de la temporada, una condición tan precaria en el mes de marzo induce a pensar que ambos han tenido dificultades para realizar una semana de trabajo constante.
La lista de males físicos, por Dios, es larga. Rebic ha estado lidiando con una hernia discal y una lesión en el aductor que le hicieron perderse diez partidos, Origi llegó en verano ya maltrecho del Liverpool y luego paró tres veces más: primero por una inflamación en el tendón y luego por un problema en los flexores. Total de partidos perdidos: ocho.
En resumen, en ambos casos un buen número de partidos pasados en la enfermería, pero el Milan ha jugado 34 hasta ahora: era legítimo esperar otra contribución cuando se le llamara. También porque no se trata de actuaciones simplemente claroscuras, sino al borde de la vergüenza, como ayer en Florencia. El miércoles, en Londres, estarán tanto Leao como Giroud, y Pioli volverá a los (más o menos) seguros jugadores de segunda mano, a la espera de que los de atrás den por fin el golpe.