Milan – Nápoles: el derby de Europa

“Venghino, siori, venghino!”. Nunca ha sido tan fácil hacer de buttadentro, es decir, invitar a la gente a colarse en la carpa de la Liga de Campeones para ver el Milan-Napoli. Un verdadero cuarto de nobleza. Leao contra Kvaratskhelia, poetas de la izquierda; Giroud contra Osimhen, delanteros centro diferentes, unidos por su feliz asociación con el cielo; el equipo que lleva el Scudetto en el pecho (Milán) y el que lo llevará (Nápoles); el actual banquillo de oro (Pioli) y el que vendrá (Spalletti).

Los dos equipos que mejor fútbol han practicado en las dos últimas temporadas, educados en principios de juego modernos y transnacionales, fundados en la calidad del regate, en sincronismos colectivos perfectos, en la recuperación agresiva, en el instinto ofensivo, en la búsqueda obsesiva del gol incluso cuando el resultado está ampliamente concedido; el Norte contra el Sur; dos catedrales del apoyo popular, tan antiguas como se quiera, pero solemnes: San Siro y San Paolo; el recuerdo de Van Basten contra el de Maradona. Se mire por donde se mire (competitivo, táctico, histórico, social…), el partido de la Eurocopa Milán-Nápoles garantiza espectáculo y emociones. “¡Venghino, siori, venghino!”

Veinte puntos Algunas almas escépticas podrían rebatir el grito entusiasta: “Seee… Habría sido un gran partido si el encantador Nápoles de este año se hubiera enfrentado al imparable Milan de la temporada pasada, y no a éste frenado en casa por el Salernitana y llevado al paredón por el Sassuolo. ¿Qué patetismo puede haber en el duelo entre dos equipos separados por 20 puntos en la clasificación?”. Spalletti respondió indirectamente a la pregunta: “Sólo los incompetentes pueden pensar que fue un buen empate. Nos enfrentaremos a un rival muy fuerte, ganará el que sepa leer mejor el partido”.

El entrenador del Nápoles cerró de inmediato la brecha en el campeonato, para no dejar lugar a ilusiones fáciles que podrían ablandar peligrosamente el planteamiento de su Nápoles. Por otra parte, fue la propia liga la que cerró la brecha en el partido de San Siro del 18 de septiembre: 2-1 para el Nápoles con gol de Simeone en el final, pero el Milan no mereció perder.

Pioli llevó la batuta del partido: más disparos (15-7), más posesión (50,6%), más ventaja territorial (60%), dos pájaros carpinteros, un milagro de Meret sobre Giroud. Una de las pocas ocasiones en las que Spalletti tuvo que conceder. No lo olvidó. Al Nápoles le faltaba Osimhen, pero el Milan se quedó sin Leao, que en la economía ofensiva rossonera pesa aún más que el nigeriano, ya que Pioli no cuenta con las alternativas de Spalletti. El meta reserva de Simeone explicó bien el concepto en San Siro.

Kvara amonestó a un par (Calabria, Kjaer) y provocó el penalti de la ventaja, anotado por Politano. De Ketelaere, titular, no lo hizo tan bien. En resumen: la diferente aportación del mercado de verano, la plantilla más rica y la motivación más templada en comparación con el joven y pletórico Milan, que a menudo se distraía, cavaron a tiempo el abismo de los 20 puntos.

Pero dos partidos de Copa en seco son otro mundo. Sobre todo porque, de la liga a la Liga de Campeones, el aire cambia, como la altitud. Los que están acostumbrados a respirarlo se mueven mejor. A eso se refiere Spalletti cuando dice: “Milán es la Liga de Campeones. Sólo Maldini ha ganado cinco”. Pioli también cuenta con ello: “El Milan es el Milan. La Liga de Campeones es la Liga de Campeones”.

Es la convicción que Adriano Galliani confió a menudo a Silvio Berlusconi: “Si hubiéramos comprado otro club, con los mismos jugadores, Gullit, Van Basten, Kakà… y con los mismos entrenadores, Sacchi, Capello, Ancelotti… no habríamos ganado los mismos trofeos: 29 en 31 años”. La historia, la tradición, la cultura, la camiseta local han pesado. Algunos pueden tacharlos de ejercicios retóricos inútiles.

Pero hay demasiados precedentes históricos que dan peso al teorema de Galliani. Su Milan, en la final de la Liga de Campeones de 2003 en Manchester, se enfrentó a una Juve que acababa de ganar el Scudetto con 11 puntos de ventaja sobre los rossoneri. La diferencia se diluyó en la equilibradísima final de Old Trafford, ganada en los penaltis por el Milan, que levantó el trofeo siete veces, sólo superado por el Real Madrid (14).

En 2013/14, el Real acabó por detrás del Atlético de Madrid en la Liga, pero le derrotó por 4-1 en la final de la Liga de Campeones. El Manchester City, rico pero sin historia, con un solo trofeo internacional en su palmarés, es un caso de escuela. En 2017-18 fueron eliminados en cuartos de final por el Liverpool, que acabó con -25 en la Premier; en 2018-19, de nuevo en cuartos por el Tottenham, a 27 puntos en Liga; en 2020-21 fueron derrotados en la final por el Chelsea, que se hundió con -19 en la Premier.

En los 30 derbis disputados en la Liga de Campeones entre equipos de la misma nación, 14 veces ha salido airoso el equipo peor clasificado en la liga. La imprevisibilidad constitucional de todos los derbis del mundo. Los napolitanos no se toman estas cifras a guasa. El Nápoles respira tan bien en Europa como en Mergellina.

En el paso de la Serie A a la Liga de Campeones, no pierde sus superpoderes, como demuestra el suntuoso resultado global de los ocho partidos disputados: 25-6. Kvara y Osi se exaltan. Pero Spalletti tiene razón al esperar otro mundo y otro Milan, que, fuerte en su historia y en su camiseta, y necesitado de dar un sentido fuerte a su temporada, ofrecerá la mejor versión de sí mismo.

Como en Londres, contra el Tottenham. Gracias al nuevo módulo y a una compacidad reencontrada, Pioli anestesió las flechas de Conte. Volverá a intentarlo con las de Spalletti. Esperamos dos grandes partidos dignos del marco y las expectativas. Los 20 puntos de diferencia se quedarán en el vestuario. “¡Venghino, siori, venghino!”