Y ahora causa cierta impresión volver a mirar esta foto (un cara a cara extasiado con el logotipo del Milan detrás, uno inmerso en los ojos del otro con sonrisas dentadas) y releer esas palabras (“Para mí era muy importante conquistarle. Al final pasamos tres horas y media juntos…. fue fantástico”).
Los protagonistas del plano son Gerry Cardinale y Paolo Maldini, inmortalizados en Casa Milan hace un año, el día del fichaje de RedBird. Las palabras son del número uno de RedBird y estaban dirigidas a su director técnico, al que acababa de conocer. Doce meses después, el mundo directivo rossonero ha dado un vuelco: las sonrisas han desaparecido, la última hora que pasaron juntos estuvo llena de tensión y Maldini ya no es el director técnico del Milan.
Pocas horas después de la conclusión de la temporada 2022-23, el universo milanista se despertó con un tsunami sobre el que no se había avisado. El balance de la temporada no era excelente, pero tampoco era para tirarlo por la borda. Objetivo mínimo en el campeonato alcanzado, con un cuarto puesto que valía un cheque de 50 millones de la Uefa.
Gran recorrido en la Liga de Campeones, con una semifinal ganada en apenas dos años desde el regreso a la copa más prestigiosa (de la que había estado ausente durante siete). En resumen, se daba por hecho que nada cambiaría. Al menos en lo más alto.
Sin embargo, también hemos reiterado siempre cuál es la visión empresarial de Cardinale, un hombre de negocios acostumbrado a elaborar los presupuestos sólo al final y a evaluar a sus directivos en función de los resultados colectivos e individuales. Y evidentemente lo que le aportó Maldini no le satisfizo.
Se trata, en particular, del mercado estival de 2022, que ha sido sin duda un fracaso con la única excepción de Thiaw, un fichaje perfecto para las características que busca la propiedad en las nuevas incorporaciones. En el resto, sin embargo, la cosa ha estado negra. Empezando, por supuesto, por De Ketelaere, el gasto reinante de la última sesión con una inversión de 35 millones de los cerca de 55 millones gastados en total.
Entre los disgustos de la propiedad también hubo cierta decepción por la ausencia casi total de intercambios de jugadores en los dos últimos años, es decir, un mercado de salida casi inexistente. Al igual que no han pasado desapercibidas las recientes declaraciones de Paul: “En mi opinión, aún no estamos preparados para permanecer a este nivel, aún no estamos con los mejores clubes. Ahora tenemos que hacer inversiones. Hay que explotar el hecho de volver a este nivel, invertir para permanecer entre los cuatro primeros y hacerlo bien en Italia. Aún no estamos estructurados para competir en dos frentes, se lo hemos dicho a la prensa y a nuestros propietarios, ellos lo saben muy bien…”.
Es una cuestión de presupuesto -entre 50 y 60 millones hace un año, la misma cifra (neta de posibles cesiones) también en éste-, que a ojos de Maldini parece claramente insuficiente para dar ese salto de calidad que la Curva Sud también pidió al club en el último partido contra el Verona. Paolo nunca ha ocultado lo que piensa: para subir un nivel más, es mejor tener jugadores preparados que talentos potenciales, lo que significa inversiones de cierta consistencia.
Dicho sin rodeos: gasto frente a sostenibilidad. Dos mundos que, más allá de ciertos límites, nunca se encontrarán. Entre otras cosas, porque en un momento dado se calificó a sí mismo de “garante de proyectos”. Un término aparentemente banal, pero no banal cuando está de por medio un apellido como el suyo, que ha hecho historia en el Milan. Otra espina fue la autonomía en el mercado, o más bien la libertad de acción -dentro del presupuesto, está claro- en la elección de los perfiles considerados más adecuados.
Una libertad que se puso negro sobre blanco en la dolorosa renovación del año pasado, que no llegó hasta las últimas horas de junio. Una autonomía que, a ojos de la propiedad, no sólo no dio frutos, sino que frustró la inversión financiera del club. Demasiadas, por tanto, las diferencias entre ambas partes y, después de todo, el diálogo entre Cardinale y Maldini no es tan difícil de imaginar. Lo realmente complicado, en todo caso, era prever un final así.