Cómo ser dueño de un equipo deportivo

Este es un extracto del artículo realmente larguísimo de GQ que podéis leer de manera completa en este enlace

Un día del otoño pasado, asistí a una conferencia en Londres con el fin de averiguar hacia dónde se dirigía esta frenética actividad. La impartía Charles Baker —abogado experto en operaciones de equipos—, a un grupo de estudiantes de Derecho que se estaban formando para convertirse en futuros especialistas en adquisiciones de equipos. A través de diapositivas digitales que versaban sobre la rápida evolución de esta tenedencia, Baker se centró en Europa, donde el AC Milan es ahora propiedad en su totalidad de una empresa de capital riesgo con sede en Manhattan llamada RedBird Capital Partners. El Newcastle United, un equipo del norte industrial de Inglaterra, pertenece a un grupo del fondo soberano de Arabia Saudí. Qatar controla el Paris Saint-Germain (o PSG).

Casi todos los enterados con quien hablé coincidían en que el precio de los equipos en EE UU pronto sería tan alto que, salvo un minúsculo grupo de decabillonarios, los demás se quedarían fuera. Las ligas, obsesionadas con el crecimiento, no querrían algo así. Tampoco la NFL. En opinión de los expertos, no tardarían en flexibilizar sus normas de propiedad lo que hiciera falta para mantener la liquidez del sistema.

En contraste con el rápido flujo de capital privado estadounidense hacia el fútbol europeo, hasta el año pasado no se había concedido a ningún fondo soberano la propiedad de equipos deportivos estadounidenses, no hasta que Leonsis (¡el encantador tío Ted, alcalde de ‘Sportstown’!) vendió una pequeña participación de sus equipos a Qatar. Cuando pregunté a Leonsis por qué, se mantuvo simpático aun poniéndose a la defensiva. “Poseen algo menos del 5 %”, dijo refiriéndose a Qatar Investment Authority. “No están en el consejo. Pueden reunirse con nosotros una vez al año. Son inversores, no socios”.

Dirigiéndose a los estudiantes en Londres, Baker señaló que la NFL había creado un comité para estudiar los pros y los contras de acoger estos fondos. Detrás de él, una diapositiva mostraba los logotipos del AC Milan y de PSG, con avatares de Wall Street y un Estado petrolero. Consulté los calendarios de ambos equipos y vi que se enfrentaban en Milán. Empecé a enviar correos electrónicos y buscar alojamientos en Airbnb. Quince días después, volé a Italia para reunirme con Gerry Cardinale, el cinético y siempre textual jefe de RedBird, propietaria del Milan desde hacía año y medio.

Cardinale, quien trabajó durante décadas como negociador e inversor en varias operaciones relacionados con el deporte, ya era una figura con reservas dentro del ecosistema de propietarios. No le importaba revelarme con toda honestidad una opinión que no se expresa en voz alta en el sector, y es que las elevadas sumas que se pagan ahora por los equipos son absurdas. Me contó un chiste: a la hora de comprar cualquier otro tipo de empresa, se encargaría un estudio detallado del capital antes de hacer una oferta. Al comprar un equipo deportivo, uno echa un vistazo a la cifra que aparece en las revistas especializadas y la suelta. “No hay mucho rigor analítico que respalde estas valoraciones”, explica Cardinale. Simplemente valen lo que alguien está dispuesto a pagar.

Desayunamos juntos en un hotel milanés la mañana anterior al gran partido del Milan contra el PSG. Cardinale, ex Goldman Sachs, peinado hacia atrás y vestido con trajes a medida, destila la energía de la sala de negociaciones allá donde está. Sin embargo, la afición del Milan, tradicionalmente obrera, parece haberle cogido cariño, al menos en lo que lleva de reinado, quizá porque el equipo prácticamente nunca ha perdido cuando asiste a un partido. “Il talismano”, le llama su guardaespaldas italiano.

Sirviéndose café, volvió al tema de la propiedad y me dijo: “¿Comprará Bezos un equipo de la NFL? Probablemente. Podría comprar toda la liga si quisiera. Si no es él, serán los de Silicon Valley”, continuó Cardinale. “El siguiente peldaño en términos de capacidad de pago son los tipos de los fondos de cobertura y de capital privado”. Los chicos de Gerry. “Es mi mundo”, coincidió Cardinale, “gente de finanzas, inversiones, Wall-Street”. Si Bezos es un kaiju en el horizonte que avanza a paso decidido hacia el deporte profesional con su chequera gigante en mano, Cardinale es otro. Cuando le pregunté por los peligros del capital riesgo, Cardinale me dio una respuesta franca y contundente. Primero pidió más cafe al camarero dando un golpecito a la cafetera. “Es la pregunta correcta”, dijo. “No va a parar. Una vez el capitalismo entra en juego, no hay quien lo modere. Vamos hacia la propiedad corporativizada. Es una carrera armamentística. Y va a seguir avanzando. El capitalismo se meterá por las grietas”.

El café tardó un minuto en llegar. Mientras esperaba, le hablé a Cardinale de un Airbnb que estaba alquilando en la otra punta de la ciudad. El dueño del apartamento se llamaba Alfredo y tenía una estantería con 53 DVD con todos los goles del AC Milan. Guardaba ejemplares de La Gazzetta dello Sport para recordar los últimos campeonatos ganados por su equipo. Cardinale hizo una mueca de disgusto al oír lo de los periódicos. “Me estresa, para serte sincero”, dijo sobre la extraña responsabilidad que implica ser propietario. “De una forma que no había experimentado antes”.

Le pedí que elaborara. Me dijo que, como inversor, hasta ahora le había ido bien sin apegos emocionales. “Para mí el deporte es como cualquier otra industria. Puedes fabricar widgets en Omaha o ser propietario de los Giants de Nueva York. Debería ser lo mismo”. Este tipo de desapego le había hecho rico. Ansioso, pero rico. “Es estresante poseer cosas en general, poner a trabajar tanto dinero, ser fiduciario de capital ajeno. Y ahora tengo otra fuente de estrés”, dijo, “que se llama Alfredo”. Bebió café. “Me molesta”, murmuró.

Me acordé entonces de algo que me dijo Leonsis durante el partido de hockey en Washington unas semanas antes. Hacia el final del partido, Ovechkin —el favorito de Leonsis— marcó un gol después de mucho tiempo sin marcar. El estadio estalló. Los aficionados se pusieron en pie de alegría. Leonsis permaneció sentado, sólo se echó un poco hacia atrás con una expresión de infinito alivio paternal en el rostro. Más tarde, cuando le pregunté a Mark Cuban por qué había sido propietario de un solo equipo, me contestó: “No dispongo del capital emocional para más”. Como aficionado que soy —sensiblero, maldiciente, amargado, fanfarrón, dicharachero, con mis propios DVD y periódicos descoloridos—, sé que las emociones están muy, muy arraigadas en el deporte profesional”. Fue una sorpresa saber hasta qué punto esas mismas emociones coloreaban o enturbiaban la experiencia del propietario. Pueden parecer altivos e implacables en un palco. Sin embargo, por dentro se retuercen.

A Cardinale —quien me dijo que no era un obseso del deporte—, le había pillado desprevenido. Se había convertido en dueño con ideas sobre la disrupción y la ventaja incremental. Ahora, de cara al gran partido de la noche, sólo quería ganar al otro equipo. El PSG está financiado por una riqueza aparentemente ilimitada y, para acentuar la diferencia de recursos, los qataríes habían conseguido recientemente a uno de los mejores jugadores del Milan, su querido y joven portero Gianluigi Donnarumma, ofreciéndole un mejor salario.

Cardinale me dijo que primero se sintió tentado de invertir en esta liga extranjera “porque no había restricciones a la propiedad. Gobiernos soberanos, oligarcas, individuos ricos, todos pueden comprar equipos”. Sin embargo, la realidad de esta carrera armamentística deportiva apenas regulada era más difícil de aceptar que la teoría. El PSG había vapuleado al Milan la última vez que se enfrentaron, en parte gracias a la capacidad del equipo respaldado por Qatar para alinear a uno de los jugadores más caros del mundo, Kylian Mbappé. “Son datos muy instructivos para la NFL, la NBA y la MLB”, dijo Cardinale, en alusión a los topes salariales y los impuestos al lujo que crean al menos una apariencia de paridad salarial entre los equipos de las ligas estadounidenses. “Pueden ver los pros y los contras en ese Salvaje Oeste”.

Más tarde, salimos del hotel rumbo a San Siro desde en un todoterreno. Cada vez que el coche se topaba con tráfico, policía o cualquier tipo de obstáculo, el guardaespaldas de Cardinale bajaba la ventanilla y gritaba que tenía a “il proprietario del Milan” en el asiento trasero. Las aguas se abrían en dos. En un aparcamiento subterráneo, Cardinale estrechó la primera de las 100 manos que le tendieron. “Quedaos cerca. Esto va a ser un caos”, dijo. Tres horas de caos brillante y desgarrador. Selfis en el bar. Abrazos de oso a pie de campo. En un momento dado, una famosa canción de Oasis retumbó en el estadio. En consonancia con la surrealista intensidad de la noche, Noel Gallagher, debería haber visto el partido con nosotros.

Por una pasarela abarrotada, Cardinale chocó con David Beckham, quien también había acudido a ver el partido. Thierry Henry, otro galáctico retirado, tampoco se lo había perdido. Envueltos en abrigos de invierno, serenos y sonrientes, las dos superestrellas retiradas llevaban bien —se diría que maravillosamente bien—, su jubilación. Beckham en particular tenía una aura de fama renovada gracias a la docuserie de Netflix. Abrazó a Cardinale. Henry hizo lo propio. Cuando los jugadores saludaron a los propietarios, los curiosos levantaron los teléfonos para capturar el momento. Nos sentamos segundos antes del saque inicial.

El PSG marcó pronto. El Milan empató casi de inmediato. Detrás de una de las porterías, los hinchas encendieron bengalas. Torturaron a su antiguo portero, Donnarumma, lanzándole objetos, y más tarde, en una impresionante coreografía de protesta, arrojaron miles de billetes falsos como muestra de desprecio. Cuando el Milan marcó el gol de la victoria, Cardinale casi fue arrastrado por el tumulto. Su cara rugiente aparecería en la Gazzetta al día siguiente. Se levantó en cuanto sonó el silbato y bajó al aparcamiento tan rápido que su guardaespaldas tuvo que volver en el ascensor a buscarme. Condujo el todoterreno hasta el hotel, ¡el propietario, el talismán!

En el asiento trasero, relajándose un poco, Cardinale realizó algunas llamadas de negocios a Nueva York con voz suave. Habló con su hija, estudiante de secundaria, que este año no había entrado en ninguno de los equipos universitarios de su colegio. Cardinale le había estado enviando vídeos de entrevistas con deportistas de éxito, con lecciones de vida sobre cómo no rendirse tan fácilmente. Su propio padre solía hacer algo parecido, me había dicho Cardinale antes, “recortar artículos de las páginas deportivas y dejarlos junto a mis cereales”. Lo hacía, explicó Cardinale, porque “el deporte capta en un lapso de dos a cuatro horas el espíritu humano”.

¿Iban a ser los inversores de Wall Street como él administradores responsables de ese espíritu humano? ¿Lo eran los Estados nación? Ni siquiera Cardinale estaba seguro. “Si todos nuestros equipos deportivos acaban siendo propiedad de empresas”, había preguntado, retóricamente, “ya sean instituciones financieras o gobiernos, ¿qué ocurrirá entonces?”. Sólo pudo responder planteando otra pregunta: “Las grandes empresas. El elemento humano. ¿Cómo lo hacen para no destrozarse mutuamente?”.

BRAIDA DURO CON EL EQUIPO ACTUAL

“Creo que hay que mirar las cosas desde dentro. Si trabajas para el Milan tienes que conocer su historia y su nivel: ahora hay jugadores que no están a la altura del club, pero no sólo ahí. En el pasado había pocos equipos que lucharan por ganar el Scudetto, los jugadores a veces tienen la capacidad de demostrar que te equivocas: muchas veces cometes errores, pero el problema es que cuando coges a un buen jugador sólo el tiempo dirá si realmente lo es”

“En el Milan ahora mismo hay altibajos, no es un gran equipo y lo digo sinceramente. Es un club de mitad de tabla, que ni siquiera ha pasado de octavos de final de la Liga de Campeones: de momento no tiene un gran nivel. Estoy enamorado de los rossoneri, me gustaría verlos competitivos, recorriendo Europa y luchando por el Scudetto. En cambio, es sólo un buen equipo en el que falta algo y hay puntos críticos atrás, en el medio y delante, en todos los repartos”