
En cuanto se abre la videollamada, los ojos de Andrea Conti te impactan. Tristes, como si hubieran perdido vitalidad. Aburridos, tanto que parecen haberse rendido también. “No hay nada peor que cuando te das cuenta de que se ha acabado. Pero aceptarlo se convierte en la única manera de seguir adelante”. Seguirá siendo un gran “y si…”.
Andrea lleva años viviendo un calvario, una lucha constante con esa rodilla que poco a poco se convirtió en pesadilla y tormento. “No hay un solo día de mi vida en el que no piense en ello. Me viene a la mente a cada momento, influye en todos mis movimientos, incluso en los más triviales”.
2017 fue el año en el que hizo realidad una serie de sueños: goles con el Atalanta en la Serie A a las órdenes de Gasperini, fichaje por el Milan, debut en San Siro, selección absoluta y un futuro que parecía designarle como uno de los grandes talentos del fútbol italiano. Hasta que en septiembre, tras un puñado de partidos con los rossoneri, se rompió el cruzado. El principio del fin. Ese ligamento que se rompió dos veces en el espacio de nueve meses, convirtiéndose en el rival más duro al que enfrentarse y, al mismo tiempo, en su mayor enemigo.
Como un delantero que se te escapa en el regate y no puedes hacer nada, salvo fijarte en que es más rápido. Y empezar a perseguirle. Conti ha pasado así las últimas ocho temporadas, arrastrado por el miedo a lesionarse de nuevo, frenado por la idea de no volver a sentirse futbolista. Hasta que, a los 31 años, tras una temporada como agente libre, decidió decir basta. Empezamos aquí.
¿De verdad ha decidido dejarlo?
“Estoy agotado, llevo años luchando contra problemas físicos, lesiones y decepciones. Llevo un año en el paro y en los tres últimos sólo he jugado nueve partidos. Tienes que ser consciente de tu situación, no puedo hacerlo más y esta será mi decisión final”.
¿Hará algún anuncio?
“No, lo digo aquí. Lo dejo. No soy un tipo social, nunca publico nada y no creo que lo haga en este caso”.
Usted mismo lo ha dicho, en los últimos tres años jugó poco más de 100 minutos, hasta su salida el verano pasado. ¿Se sintió abandonado por el mundo del fútbol? ¿Como si todo el mundo se hubiera olvidado de ti?
“Perdí la esperanza. Sabía que tras el final de mi contrato con la Samp no sería fácil y lo he visto en estos meses, en los que de todas formas nadie me ha llamado. Así que mejor aceptar que se acabó y seguir adelante”.
¿Ha elegido ya lo que hará en el futuro?
“No, todavía no lo sé. No quiero tomar ninguna decisión precipitada, sólo me apetece decir que todavía me veo en el fútbol. Soy un hombre de campo, quizá me gustaría ser entrenador, pero aún es pronto para decirlo. Todavía estoy metabolizando que no volveré a jugar. He tenido mala suerte, pero sé que la vida no acaba aquí. Sin duda haré más. No hay que esconderse, aunque cueste aceptarlo. Todo es trabajo mental. Un sueño termina: pero para mí, últimamente, ir al campamento ya no era una alegría. Me arrastraba, ya no era yo”.
¿Le angustiaba temer que nunca volvería a su nivel anterior?
“Cada momento después de mi primera lesión tenía miedo de no saber qué sería de mí, de mi camino, de mi futuro. Es como un fantasma que siempre me ha acompañado. Cuando eres futbolista eres consciente de que corres riesgos así, pero luego te pasa en el mejor momento de tu vida y… lo cambia un poco. Puedo decir que dejé de jugar debido a las numerosas lesiones. Con otro destino, quién sabe dónde estaría ahora…”.
¿Piensas mucho en cómo habría ido si…?
“Sí, si soy sincero, lo hago todo el tiempo. Pienso por qué otros están en el campo y yo en el sofá. Con el tiempo he aprendido a vivir con ello, pero es algo que te hace entrar en crisis. Haces comparaciones, buscas respuestas que no existen. Y creo que será así para siempre, estos pensamientos nunca me abandonarán”.
En muchos casos, se dice que tener un objetivo puede ser el motor para volver al buen camino. ¿Cómo lo has experimentado?
“Después de la primera lesión quise volver rápidamente, para demostrar que aún podía dar mi opinión. Luego las cosas, por desgracia, no fueron bien: nada más volver me volví a lesionar y a partir de ahí fue una sucesión de problemas y dolores continuos”.
¿Ha sentido alguna vez la necesidad de hablar con un psicólogo?
“No, y eso fue un gran error. La verdad es que nunca me di cuenta de lo mucho que lo necesitaba. Volvería a hacerlo. Probablemente lo habría gestionado todo un poco mejor”.
¿Puede decirse que la rodilla se ha convertido en su mayor oponente?
“Absolutamente. No hay día en que abra los ojos y no piense en mi rodilla. No hay un momento en que no le preste atención. Y hablo con ella de la vida, no sólo mientras juego. Me bloquea, me ralentiza. ¿Un ejemplo? No puedo arrodillarme, agacharme”.
¿Hay alguien en particular por quien te hayas sentido abandonado?
“Por eso estuve enfermo durante mucho tiempo. El fútbol es un mundo que me acogió, me mimó y luego me apartó y olvidó. En muchas cosas me dejaron solo, sobre todo los que decían que me querían. También porque creo que es fácil que te ayuden cuando juegas en el Milan, en la selección y todo va bien. Es diferente cuando caes, ahí ves quién está realmente cerca de ti. Y puedo contar estas personas con los dedos de una mano, por desgracia”.
Pasemos ahora al Milan. Llegó procedente del Atalanta en el verano de 2017, ¿qué recuerdos guarda?
“Lo primero que me viene a la mente es el impacto con Milanello. Fue increíble. Encontrarme con fans que me pedían fotos, autógrafos, que estaban allí bajo el sol para mí. Me sentí como si hubiera aterrizado en otro planeta. Como cuando antes del partido con Craiova había 40.000 personas fuera del estadio esperando el autobús”.
En el Atalanta explotó con Gasperini. Es el mejor entrenador que ha tenido en su carrera?
“Sí, le doy prioridad. Personalmente le debo mucho y sólo puedo hablar bien de él: te machaca en los entrenamientos, te empuja a darlo todo, pero luego en el campo el domingo recoges los frutos. Vuelas y no te das cuenta. Es más, siempre sabes lo que tienes que hacer sin que él te diga nada más. No habla mucho con los jugadores, no da demasiada confianza, pero siempre da en el clavo cuando es necesario”.
Suele ocurrir que muchos jugadores dejan el Atalanta y luego no rinden como antes. ¿Cómo se explica eso?
“Cuando entrenas con Gasperini vas a mil por hora y trabajas mucho. Luego cambias de equipo y la carga es muy diferente y te afecta un poco. Luego añades la presión, el hecho de que te paguen tanto y la responsabilidad aumenta. Muchos no han podido hacer frente a todo eso. A nivel mental puede ser complicado”.
En el AC Milan, sin embargo, fue entrenado por Pioli. ¿Cuáles son sus recuerdos?
“Con Pioli me llevé muy bien, aunque soy un poco conflictivo en mi criterio. Cuando llegó al Milan empecé a jugar siempre, luego me lesioné y a partir de entonces desaparecí para él. Era como si no me viera. Nunca me dio una explicación ni nada. Digamos que fue una bofetada final, porque me sentía bien”.
Milan y Atalanta se enfrentan el domingo, ¿a quién animarás?
“Eso me pone en desventaja. Tengo más amigos en el Atalanta, aunque el Milan fue el equipo que hizo realidad mi sueño. Luego, por desgracia, las cosas salieron como salieron. El partido del domingo será reñido, espero que los dos lleguen a la Liga de Campeones. En cuanto al resultado, me vale el empate”.