
Once son muchos. Con un partido por recuperar y seis meses de fútbol por delante, pero once. El Milan después de 10 partidos de liga está a -11 del primer puesto y la comparación es dura. Los números dicen que hemos vuelto a la era pre-renacimiento, a los años de Montella, Gattuso, Giampaolo. Aquí están.
Temporada 2017/18, con Montella en el banquillo, luego exonerado: -12 tras diez partidos. Temporada 2018/19, con Gattuso: -10. Temporada 2019/20, con Giampaolo: -13. Con Pioli, todo fue diferente. Temporada 2020/21, con el encierro: Milan primero a +5. Temporada 2021/22, el año del Scudetto: Milan primero junto al Nápoles. Temporadas 2022/23 y 2023/24: Milan en -3.
¿Por qué ocurre esto? Bueno, seguramente hay muchos factores, no sólo uno, y uno de los principales surgió con fuerza contra el Nápoles: el equipo es demasiado blando. El Milan no es cínico, se distrae, concede ocasiones. Un Milan agónicamente malo hoy es un oxímoron y Fonseca ni siquiera envía ese tipo de mensaje: habla de juego, de posesión, casi nunca de lucha, garra y mala leche. Es su forma de ser y quizá haga bien en no distorsionarse, pero el equipo no tiene esos valores. No hay un grupo histórico, ni líderes fuertes, ni nadie que dirija cuando suben las pulsaciones.
Fonseca se mostró muy optimista tras el Milan-Nápoles: “Tengo más confianza que nunca porque veo cómo el equipo está cambiando y creciendo”. Sí, el rendimiento, incluso con todas esas ausencias, estuvo ahí y es cierto que Fonseca va por un camino claro: quiere un Milan que maneje el balón, luche en el once y se ayude a sí mismo, explotando su talento ofensivo para ganar partidos.

La cuestión es que sigue con altibajos, y con una constante: el Milan concede goles y ocasiones, es quinto en goles encajados y en goles esperados encajados. La pareja de centrales es preocupante. Matteo Gabbia es insustituible por su atención y su capacidad para jugar el balón, pero si falta -y puede que falte hasta Cagliari, quizá hasta el descanso-, Fonseca tiene que elegir entre Thiaw, Tomori y Pavlovic, que con demasiada frecuencia cometen errores de bulto.
El gol de Lukaku ayer es un buen símbolo: una cadena de errores. Rrahmani encuentra a Anguissa entre líneas con Fofana y Musah que, sorprendidos por el error de Maignan, no están en posición y no le atacan. Fofana no reconoce el peligro, Thiaw se desmarca, Pavlovic se gira y mantiene a Lukaku en juego. Así, Anguissa puede encontrarse con Big Rom lanzado a puerta y el último episodio -el choque físico con Pavlovic, ganado por Lukaku- es sólo el eslabón más visible de la cadena de errores, no el más importante.

¿Está entonces el Milan en crisis? No, la impresión no es esa, porque se vieron cosas buenas con el Nápoles, pero el panorama es triste. El Milan ha perdido tres de sus últimos cinco partidos, cinco de doce en total, y la impresión hoy es que se encamina a una temporada de altibajos, buenos partidos y tropiezos, con el cuarto puesto como único objetivo italiano realista. El Inter es más fuerte y está más probado, mientras que el Nápoles juega menos bien, pero tiene a Conte, que ha impuesto reglas claras y concentración defensiva. El Milan, en comparación, aún no es un equipo.
Fonseca sólo podrá mantenerse en contacto -y quizá acortar distancias- si avanza rápidamente. Se necesitan respuestas de muchos jugadores. Leao es el caso más evidente, una compleja maraña de motivación, relación con el entrenador, críticas públicas. Muchos, sin embargo, tienen que subir de nivel.
Algunos, como Musah y Okafor, tienen méritos y defectos evidentes: es difícil que cambien rápidamente. Otros, sobre todo Loftus-Cheek y Theo Hernández, han jugado dos meses y medio muy por debajo de su nivel y a veces parecen desinteresados, nunca o casi nunca con el fuego de los campeones. El tiempo llegaría para todos y a finales de octubre ésa es la verdadera buena noticia.