
Irremediable. Es decir, algo “para lo que no existe remedio beneficioso”, dice el Treccani. A estas alturas de la temporada, la sospecha se está convirtiendo dramáticamente en certeza: éste podría ser el adjetivo-símbolo de la edición ’24-25′ del Milan.
Los meses pasan, los partidos fluyen, los entrenadores cambian, pero la sustancia del Milan no cambia: el Diavolo da saltos ilusorios, quizá importantes, pero, en el fondo, sigue siendo un equipo que no consigue dotarse de alma. El principal problema, por tanto, reside claramente en ciertos jugadores. Es tarea de la dirección, a partir de finales de mayo, continuar la renovación de la plantilla facilitando la salida de los que ya no tienen motivación.
¿Qué faltó en Rotterdam? Prácticamente lo que faltó en Zagreb y es una afirmación terrible porque significa que en quince días el Milan no ha progresado en Europa. Demasiado para las burbujas del mercado. Y si en Croacia había tirado por la borda la oportunidad de clasificarse directamente para octavos de final, en Holanda los puso realmente en peligro. Que conste que hablamos de dos rivales objetivamente inferiores a los rossoneri, y precisamente por eso el volumen de alarma es alto.
El partido de De Kuip confirmó algo que a estas alturas debería ser más que evidente: en Europa, la calidad y la técnica por sí solas no bastan si no van acompañadas de actitud mental y física. El ataque rossonero fue ayer de ensueño, y sin embargo no supo armarse y armarse. La razón es sencilla: los pies educados deben ir acompañados de intensidad, algo de lo que, de todos modos, careció el conjunto milanista.
De un equipo que cayó estrepitosamente en la eliminatoria, habría sido normal esperar el planteamiento del Feyenoord. Morder el partido, mantener un ritmo alto, jugar hacia adelante. Algo que necesariamente debe empezar en la cabeza y dar el mando a las piernas. En su lugar: actitud agotada, duelos unilaterales. Los técnicos cambian, los problemas de siempre permanecen.
También hay que decir que, cuando tenía el balón entre los pies, el Milan daba la clara impresión de no tener una clara elaboración del juego. También aquí hay cosas ya conocidas: portador del balón que levanta la cabeza y no tiene una salida adecuada. Ocurre cuando no hay un movimiento adecuado alrededor.
El Feyenoord no es el equipo de ensueño de la Liga de Campeones, pero fue eficaz en su sencillez: presión fuerte, desarrollo por la banda con superposiciones, jugadores más técnicos sin miedo a asumir responsabilidades (Paixao). El giro rossonero del balón: lento, humeante, aburrido, incapacidad para cerrar los pasillos ante las inserciones del adversario, una miríada de pases atrás generados por el miedo y la falta de personalidad. E incapacidad para hacer llegar balones jugables a Giménez, devorado por el cariñoso marcaje de su ex compañero Hancko.
Si a esto añadimos los fallos individuales, el cuadro se completa. No se puede reprochar nada a la temporada de Reijnders -es de los pocos-, pero ese disparo en los albores del partido a los brazos del guardameta holandés podría haber decantado el partido de otra manera. El contragolpe de Leao, que llegó en un mano a mano con Wellenreuther, fue otro error capital. Pasado por supuesto por el pato de Maignan, que inmediatamente puso el reto cuesta arriba.
El portero (nota 4 en la Gazzetta), Theo (5) y Leao (4,5) estuvieron entre los peores sobre el terreno de juego y eso hace que uno se pregunte por qué son (fueron) los mayores activos de los últimos cinco años. Theo era la carta de presentación de lujo del Diablo, un lateral izquierdo que, en el mejor momento, no tenía competencia en Europa.
Maignan un puente levadizo que se levantaba, dejando a los atacantes por fuera mirando por encima del hombro. Parece haber pasado una era geológica, como si se hubieran quedado sin fuelle, cuando deberían ser ellos -los senadores del vestuario- quienes dictaran la línea y llevaran de la mano a los demás. ¿Dónde han ido a parar los protagonistas del Scudetto?