
Dicho así, queriendo exprimir el jugo en unas gotas: en el contexto de un equipo que funciona, él sería el valor añadido. El jugador que hace cosquillas al paladar y ofrece espectáculo. En teoría, un perfil perfecto para el aficionado rossonero. Sin embargo, en el contexto del agujero negro del que ha sido succionado el Milan, simplemente no tiene las herramientas para marcar la diferencia. Joao Félix aterrizó en Milanello hace un mes -fue el 4 de febrero- y es todo menos lo que parecía.
La ilusión de aquel partido de Copa Italia entre el Milan y el Roma -goles con garra, intercambios valiosos con los compañeros- había ilusionado a todo el mundo con el inicio de una nueva temporada rossonera sobre las cenizas de las penurias vividas hasta ese momento. De hecho, sería poco generoso cargar sobre sus hombros más responsabilidad de la legítima, ya que Joao se encontró en un entorno consumido por todo tipo de problemas. Al mismo tiempo, sin embargo, es normal esperar una mayor contribución de jugadores con los pies más afinados.
Sin embargo, es esencial salir enseguida del malentendido: no se puede catalogar a Joao Félix bajo el epígrafe de fracaso, por la sencilla razón de que no llegó al Milan vestido de estrella. Sino como un talento en busca del mejor escenario en el que encontrarse a sí mismo y recuperar su enorme potencial. Por otra parte, si Félix fuera un fenómeno, en la primera parte de la temporada habría frecuentado más el campo que el banquillo, y el Chelsea no le habría dejado marchar a mitad de curso. En resumen, tenía que darse la situación adecuada para que se encendiera, pero no fue así.
El problema es que no hablamos de discontinuidad, sino de un eclipse que ha durado seis partidos. Fuegos artificiales con la Roma en la Coppa Italia, más que bien en la liga en el Empoli, y luego una salida abrupta con calificaciones cada vez más bajas en el boletín de notas. Hasta la exclusión del once con el Lazio tras seis titularidades seguidas. Una entrada “ruidosa”, porque Conceiçao decidió insertarle cuando sólo habían transcurrido 37 minutos de partido, en lugar de Musah, que había metido mucho la pata hasta entonces.
Una sustitución proclamada, como diciendo: fuera las piernas, dentro la técnica. Ahí, ese pie pulido volvió a verse poco. Sólo un par de tacos. Uno en la primera parte, en el tráfico biancoceleste, con un disparo escorado. Y otra en la segunda parte, cuando se giró muy bien en el área y remató con potencia por encima del travesaño. Eso es todo lo que queda en las notas y el boletín de calificaciones lo certifica: “Lo intenta a menudo sin dejar huella, más humo que sustancia”.
Valoración: 5,5. Joao es uno de los problemas de los rossoneri porque es absolutamente fundamental en las opciones de Conceiçao, pero su aportación no es proporcional a su confianza. Además, como señalan muchos aficionados, el uso del número 79 en el centro de los tres cuartos obliga a Reijnders a desplazarse al centro del campo. De hecho, en un mediocampo de dos hombres, no es precisamente su aptitud más evidente.
Joao había llegado en las últimas vueltas del mercado de invierno como una especie de regalo extra para el entrenador. En enero, de hecho, todas las atenciones del club se centraron en el delantero centro. Cuando se cerró la operación Giménez, en los últimos días disponibles el Diavolo intentó un asalto al portugués, logrando convencer al Chelsea para que lo vendiera en calidad de cedido a secas. Una apuesta interesante, pero que no está resultando. El billete de avión de Joao de Londres a Milán no será de ida.