El romance de los delanteros fallones

De Giménez a Gimenisset es cuestión de un instante. Un gol fallido, o mejor dicho, dos, quizá tres. Santiago, esa es la portería: siete metros treinta y dos de ancho, dos metros cuarenta y cuatro de alto. Y nada. No ha conseguido marcar. Y así, la afición del Milan se desespera, mientras en la lejanía aparecen fantasmas del pasado, delanteros que fallaban los goles más fáciles con una obstinación que los convirtió en iconos, da igual si al contrario.

Como actores de teatro que aparecen de repente en escena recitando el antiguo credo del gol fallido, aquí están Luther Blissett y Egidio Calloni, a uno lo llamaban Miss It, Fallarlo, y al otro lo bautizó para siempre Gianni Brera como el Desgraciado; ahí están el impalpable Fernando Torres con sus mechas y el indescifrable Javi Moreno que miraba por un lado y tirabas por el otro, ahí están, en fila para la parada, el mítico Florin Raducioiu y ese Lino Golin al que llamaban incongruentemente el «Brasileiro», he aquí que ayer y anteayer se mezclan en la gran historia rossonera y arrastran consigo a Christophe Dugarry y Nikola Kalinic, José Germano y Ricardo Olivera, por supuesto también a Luka Jovic y Tammy Abraham, hasta Mattia Destro y Giuseppe Galluzzo.

Destinos diferentes, el mismo fracaso. El anglo-jamaicano Luther Blissett, que en el Watford había brillado pero también había fallado muchos goles (¿recuerdan «Miss It»?), en su única temporada en el Milan (1984-85) disputó los 30 partidos que preveía el calendario de la Serie A de entonces. Marcó cinco goles, pero falló muchos más por inexperiencia, chapucería y mala suerte. Blissett fallaba de forma espectacular, y eso fue lo que lo convirtió en un icono. Tanto es así que se convirtió en la reedición pop de un delantero que en los años 70 —temporadas de espesa niebla en San Siro— (no) había dejado huella.

De hecho, Blissett pasó a ser Callonisset en las crónicas, precisamente para rendir homenaje a Egidio Calloni, que traía consigo recuerdos manzonianos y, según la famosa definición de Gianni Brera, se convirtió, como se ha dicho, en «Lo Sciagurato Egidio» (el desdichado Egidio). De Calloni se recuerdan pocos goles marcados (31 en 101 partidos disputados en cuatro años con la camiseta rossonera) y muchos fallados. Beppe Viola, magnífico cronista del fútbol en blanco y negro de aquellos años, en un reportaje de la Rai, ante un clamoroso error bajo los palos del «desgraciado», ironizaba: «Calloni, solo ante el portero, frustra la amenaza».

Quienes lo vieron jugar con la camiseta rojinegra (1993-94), al rumano Florin Raducioiu, recuerdan sus famosos tiros tipo boomerang. Fabuloso contraataque, Raducioiu lo hacía todo muy bien. Pero luego entraba en el área y allí, antes de cargar el tiro, se quedaba en blanco. Fallaba de las formas más impensables, siempre por exceso, nunca por defecto. Pronto se convirtió en el ídolo de la «Gialappa’s Band». Un Pippero ad honorem. La Gialappa’s no existía en la época de José Germano, en los años 60, y quién sabe cómo se habría desatado.

Aprovechando los tópicos del racismo rampante de la época, el brasileño fue inmediatamente etiquetado como «Bingo Bongo» y «Kid Cioccolata», y su fracaso —apenas hizo nada— se debe a una historia de amor con una veinteañera, la rica heredera Giovanna Agusta. José había perdido la cabeza por ella, y también la precisión en el área rival.

En los últimos tiempos, de Mattia Destro, jugador del Milan, queda la imagen de Adriano Galliani buscando su nombre en el timbre del edificio donde vive: lo que no se hace por fichar a un delantero en el mercado de invierno, aunque luego no sirva para arreglar el ataque. «El Niño» Fernando Torres permaneció seis meses en el Milan, pero fue suficiente para devolver la idea de un exdelantero que se había encaminado sin pena ni gloria hacia el ocaso.

Llegó al Milan en 2014, justo después de jugar el último de sus 110 partidos con España, con 38 goles, incluido el que le dio la Eurocopa de 2008: era la pálida sombra del delantero que, primero con el Atlético de Madrid y luego con el Liverpool, se había confirmado como uno de los mejores de Europa. ¿Y qué decir de Nikola Kalinic? Una temporada, la 2017-18, dividida primero con Montella y luego con Gattuso, pocos goles (6 en la liga), pero sobre todo esa extraña costumbre de encontrarse siempre en el lugar equivocado, como un intruso en una mesa.

Una cuestión de movimientos poco en sintonía con el resto del equipo, exactamente como los —y damos un salto a las temporadas a caballo entre los años 60 y 70— del veronés Lino Golin, apodado, no por casualidad, «Brasileiro», porque por un regate se habría dejado la piel. Golin exageraba. Y los antiguos aficionados del Milan recuerdan que cuando entraba en el área con el balón en los pies, aunque solo tuviera entre él y la portería al portero rival, le entraba la tentación de complicar incluso las cosas fáciles.

Así que detenía su carrera, se paraba, esperaba a que el lateral recuperara el terreno perdido y lo enfrentaba con arrogancia con una serie de fintas embriagadoras, pero al final era él, el regateador empedernido, el que acababa tambaleándose. El futuro campeón del mundo francés, Christophe Dugarry, llegó en 1996 por 6000 millones de liras. Vanidoso como pocos, se buscaba en los espejos y acabó perdiéndose, entre los malentendidos de una temporada —para el Milan— dedicada a perseguir antiguas ilusiones.

Hubo delanteros centro que no tenían la calidad necesaria para competir a ciertos niveles, como Giuseppe Galluzzo, apodado «Beppe Gol», del Reggina, que jugó en el Milan en la Serie B a principios de los años 80 , y otros, como el brasileño Ricardo Oliveira, que fue descrito como una especie de fenómeno en menor medida, pero que al final resultó ser un jugador poco más que discreto, capaz de cometer una increíble serie de errores en el área de gol, uno tras otro, como en una cadena de montaje.

Jugó en el Milan 2006-07, el de Carlo Ancelotti que ganó la última Champions League: hoy en día pocos lo recuerdan, pero en la foto de grupo también aparece él. Es el destino de los delanteros que, cuando llegan al Milan, pierden, por así decirlo, la memoria muscular del gol.

ALLEGRI ESTUDIA DOS FORMACIONES

Pavlovic se recupera, una duda en la alineación, Maignan sigue apartado. Así está el Milan a 48 horas del partido en Udine, al comienzo de una semana atípica con tres partidos en ocho días: el martes se enfrentará al Lecce en la Coppa Italia y el domingo al Nápoles en San Siro en la liga.

Strahinja Pavlovic ha trabajado con el equipo, Mike Maignan se ha entrenado solo en el campo y Rafa Leao se ha quedado en el gimnasio. Conclusión: Pavlovic estará disponible para Udine, y Allegri decidirá si utiliza a él o a De Winter en el centro-izquierdo. En cuanto a Maignan, su recuperación es casi imposible, mientras que en el caso de Leao se hablará como muy pronto a finales de la próxima semana, para el Milan-Napoli.

Para los dos próximos partidos, se pueden hacer predicciones. En Udine jugarán los titulares actuales: Allegri debe decidir si sigue dejando fuera a Pulisic, que hoy celebra su cumpleaños en Milanello, o si saca de la alineación a Fofana, Giménez y (muy difícil) Loftus-Cheek. Por otro lado, se avecinan grandes cambios para la Coppa Italia. El Milan probablemente contará con Athekame, Nkunku, Ricci y Bartesaghi el martes contra el Lecce. Los mismos principios, pero caras nuevas.