
“No nos lo merecemos, ¿lo entiendes? Vimos a Van Basten, no podemos soportar esto”. Era el último partido en casa de la temporada 2001/02. Uno de esos equivocados, a caballo de dos ciclos. Javi Moreno, con el apodo del ratón, el topo, un meteoro, jugaba de titular.
Le llegó un cómodo pase por la banda derecha. Mientras corría, el delantero español puso de manera mala el pie derecho hacia adelante, una vez y otra, totalmente fuera de todo sincronismo, para controlar el balón que estaba por tocar el suelo. Luego tropezó… y se cayó.
Un espectador se asomó a la grada y empezó a gritar lo penoso que era asistir a ese espectáculo, para quien había vivido la breve temporada del cisne holandés. De manera improvisada, el público de la tribuna despertó levantándose en pie y aplaudiendo. Una ovación.
El desfogo de un hincha se convirtió en una revelación de un sentimiento colectivo. Esos de sin-Marco, de quien fue testimonio de la belleza, de una elegancia tan absoluta que a día de hoy sigue siendo imposible encontrar un heredero.
Al final de una lenta tarde contaba en la sala privada de un restaurante de su ciudad Utrecht, Marco Van basten aprieta con ambas manos la taza de té y por primera vez baja la cabeza, escondiendo la mirada. El título italiano de su autobiografía, por Mondadori, es: Frágil.
No se refiere únicamente a las piernas que le traicionaron. Sino el camino existencial de un ex-campeón besado por los dioses del fútbol y de la mala fortuna, que atravesó difíciles momentos y tuvo que esperar al “otoño de su vida” para reconocer su propia vulnerabilidad como hombre, aquel que parecía un ser superior, por gracia y talento.
“En Milán me sentía parte de una familia. Juntos vivimos una vida entera. Me vieron nacer, como jugador y como persona. Me vieron crecer. Y también vieron el final”.
Van Basten: ¿qué recuerda de su despedida en el césped de San Siro?
“Todo era triste. Las miradas de mis compañeros, que intentaba cruzarlas lo menos posible, porque me prometí que no lloraría. No era una fiesta. Había tristeza en todas partes. La del público y la mía. Corría, porque no quería que me vieran cojear, aplaudía a la gente. Solo pensaba que ya no estaba, parecía estar presente en mi funeral”.

¿Tenía miedo del futuro?
“Esa noche solo pensaba que mi vida fue el fútbol. Es entonces cuando se convirtió en un sumidero. Solo tenía 31 años, llevaba más de dos años sin jugar. Tenía el hígado hecho pedazos por los antiinflamatorios. Tenía tanto dolor por este maldito tobillo. Estaba desesperado”.
¿Llegó a tener depresión?
“Fue después, cuando me marché, supe haber vivido algo similar a la depresión. En ese momento no lo entendía. Estaba demasiado concentrado en estar mal. Me preguntaba por qué este sufrimiento y por qué yo. Nunca encontré una respuesta”.
¿Se siente víctima de una injusticia?
“Lo dejé cuando pasé de los 40 años, es decir, a la edad en la que todos se retiran. Hasta ese momento no había una mañana donde no pensara en todo lo que pude haber sido”.
¿Qué hubiera sido Marco con un tobillo normal?
“En la práctica lo dejé con 28 años. Gané tres Balones de Oro. Miren en qué punto están ahora gente como Cristiano y Messi”.

A propósito…
“Cristiano es un gran jugador. Pero quien sostiene que es mejor que Messi no entienden de fútbol y lo hacen de mala fe. Messi es único. Inimitable e irrepetible. Como él, uno cada cincuenta años. De niño cayó en la marmita del genio futbolístico”.
¿Cómo salió de ese negro periodo?
“Me gustaría decir que me ayudó mi mujer, mi familia. Pero fui un peso para ellos. Fueron años terribles. Quizás tuve que tocar fondo para luego empezar mi nueva vida”.
¿Cuando supo que lo había conseguido?
“Un día volviendo a casa de un evento promocional. Me bajé del coche. Angela, una de mis hijas, fue corriendo para abrazarme”.

¿Qué era no lo que no funcionaba?
“Tenía las muletas en la mano. Pero las llevaba, como si fuera un gesto natural. Ahora están habituados a verme así. No podía seguir soportando la idea que mis chicas pensaran en un padre cojo. Llamé directamente al médico”.
¿Y qué le dijo?
“Que aceptaba la propuesta de bloquearme el tobillo para siempre. Me lo uní con el resto de la pierna. Ya no podía doblarlo o girarlo. No puedo correr. Pero dejé de sentir dolor. Desde ese momento me vi como una persona con la vida por delante, no como alguien rico y viciado que llora encima”.
¿Su primer recuerdo como jugador?
“Nueve años, llegaba tarde al entrenamiento. Mi padre Joop se salió del carril para tomar el arcén de emergencia con nuestro coche, yo me asusté muchísimo. Nunca había hecho una cosa como esa”.
¿Era un padre tirano?
“No. Era ex-jugador, estaba muy orgulloso de mí. Al mismo tiempo era un padre al estilo holandés. Me explicaba el fútbol, me apoyaba, pero era distante, frío. Nunca jugué por él, si es lo que parece”.
¿De quién llegó el impulso definitivo?
“Del ambiente. De mis entrenadores en la cantera del Ajax. De Johan Cruijff, que fue la figura futbolística más importante para mí. A fuerza de escuchar que era especial, acabé por creérmelo”.

Para usted, ¿qué es el fútbol?
“Un juego de niños, en el sentido más puro del término. Las relaciones con los jugadores y entrenadores, están regulados de una interacción infantil e irracional. Yo te doy algo: ¿qué me das a cambio? Funciona así. Difícil de explicar para aquellos que no forman parte de este mundo”.
¿Siempre hubo frialdad en su relación con los periodistas?
“Cuando hablaba con la prensa italiana me sentía totalmente extranjero. No era una gran sensación. En el debut en la primera temporada perdimos con la Fiorentina. Me preguntaron sobre el partido. Respondí que pensaba que se había interpretado de manera errónea. Nació un escándalo. Un solo imputado. El culpable era uno y ese era yo”.
Admita que era algo presuntuoso
“Estaba en mi zona. Aquí se escribe mucho, se dice una estupidez y se monta algo inverosimil, durante días. Pero si un jugador osa poner en discusión la táctica del entrenador, no se entra en el mérito. No se abre una discusión que quizás pueda salir algo interesante. Se condena y punto. Supe enseguida que de parte de ustedes tuve que decir lo menos posible”.
En ese momento el entrenador era Arrigo Sacchi
“Nunca hubo un gran feeling personal entre él y yo. Nunca me dio la impresión de ser honesto en las relaciones humanas. Nunca era alguien directo. Iba en zig zag. Cuando no estaba contento por como nos entrenábamos, se la tomaba con la gente joven, con los más débiles, que quizás en cambio iban por delante tirando del grupo”.

Hiciste historia en el fútbol
“Lo hicieron sus jugadores. Ese Milan era uno de los mejores equipos de siempre. Él tuvo una parte importante. Era bueno en hacerse amigo de los periodistas, supo construir una imagen de gran innovador”.
¿Y no lo fue?
“No inventó nada. El módulo que usaba el Milan no era ni revolucionario ni ofensivo. Colocaba jugadores excepcionales. En ganar así fue también la defensa, la cual se aplicaba mucho, dedicando en cambio poco tiempo a la parte ofensiva”.
¿Algo que no volvería a hacer?
“Una vez en los vestuarios dije que ganábamos no gracias a él, sino a pesar de él. Se quedó tan mal, que se fue sin decir nada. Noté que le hice daño. Y no lo merecía. Algo gratuito, del cual me sigo arrepintiendo, aunque haya pasado tanto tiempo. A nivel personal no tengo problemas con él, lo recuerdo con afecto”.
¿Está del lado de los “resultistas” a lo Max Allegri, convencido que el entrenador debe hacer el menor daño posible o con los “jugones” que apoyan totalmente la idea del módulo?
“Los jugadores son mucho más importantes. Solo cuentan ellos en el fútbol. El buen entrenador es aquel que te hace rendir mejor, sin imponer por fuerza sus ideas”.
Pero no viene de la escuela holandesa, ¿no es discípulo de Cruijff?
“Cierto. Tenemos nuestra manera de jugar, que no reniego jamás. Johan quería devolver el fútbol a los jugadores. Lo más importante es la técnica individual, no la colectiva”.
Primera temporada en el Milan, primera operación en el tobillo. ¿Nunca tuvo el presagio que ya en ese tiempo las cosas podían caer?
“Al despertar de la operación dije que volvería a un gran nivel, pero nadie sabía decir por cuanto. Lo olvidé enseguida. Estaba convencido que duraría para siempre. Le decía a mis compañeros que lo dejaría con 38 años. Como lo hicieron después Baresi y Maldini. Lo creía totalmente. Cuando eres joven, te sientes inmortal”.

¿Quién mandaba en el vestuario del Milan?
“En el fútbol las jerarquías siempre se establecen por lo bueno que eres. No cuenta la edad ni los éxitos ni el salario. Solo cuanto de bueno eres”.
Y entonces, ¿por qué nunca fue considerado un líder?
“Me bastaba con ‘mandar’ en el campo. Tenía la ocasión de ganar, en eso era parecido a Sacchi. Entre nosotros, me sentía representado por Baresi, por Maldini que era más joven que yo se hacía notar”.
¿Amigos?
“Nos ayudábamos entre nosotros. Era un equipo de gente inteligente, decíamos que éramos medio entrenadores. A día de hoy sigo muy unido a Mauro Tassotti. Pero por todos encontré ese afecto que deriva de haber compartido fuertes emociones. Son cosas que permanecen”.
¿Nunca notó la envidia frente a Ruud Gullit?
“Le era grato la verdad. Cuando nuestro autobús llegaba al estadio, Frankie Rijkaard y yo esperábamos a que saliera por la puerta delantera y fuera asediado por los periodistas para salir por atrás, en total paz. Era bueno hablando y le gustaba. Le quitaba presión al resto”.
¿Cuanto ha echado de menos esos años?
“Fueron los mejores de mi vida. En 2018, mi mujer Liesbeth y yo volvimos. Por la noche, fuimos andando desde la Estación Central hasta el centro, en Vía Puccini, donde estaba nuestra casa. Como ha cambiado Milán”.
¿Se hubiera quedado para siempre?
“Sí. Fantástico ambiente, jugadores simpáticos. San Siro, el estadio que más he amado, era mi casa. Éramos felices”.
¿Y ahora?
“También. Por lo que decidí era el momento de cortar y contarlo. He puesto muchas cosas para llegar a ser una persona serena”.
¿Sabe que dentro de un tiempo ya no habrá San Siro?
“Es un disgusto. Pero un gran club debe tener un estadio en propiedad. Hoy las cosas son así”.
¿Por qué en el libro cuenta en detalle dos goles ante Pescara y Lecce, más que otros más famosos?
“Un gol vale otro. Mis gestos técnicos son examinados, estudiados, pasados por el microscopio. Pero suceden y punto. Se viven en el momento. No hay una verdadera explicación. El fútbol es instinto, al noventa por ciento”.
¿Vale lo mismo para ese gol en la final del Europeo, en un remate al vuelo imposible?
“Claro. Marqué porque tenía el tobillo clavado de manera rígida, mantuve el pie quieto mientras remataba. Un pequeño resarcimiento. Dos meses después jugué un amistoso en el mismo estadio. Mis compañeros querían apostar a que lo intentaría de nuevo. El balón se marchó fuera del estadio”.
¿La mayor alegría?
“Cuando no habíamos ganado nada. Un segundo antes. Nuestro autobús que paseaba por las Ramblas de Barcelona invadida por los hinchas del Milan para la final de la Copa de Campeones. Esa noche parecía que iba corriendo apoyado por una mano invisible”.
¿Siempre convencido que le robaron un scudetto?
“Todos saben que fue así. Pero nadie tuvo el coraje de decirlo. Primero la escena de Bérgamo, con la moneda en la cabeza de Alemao y el masajista del Nápoles que le dijo que simulara un trauma. Luego la derrota en Verona. Una emboscada, con un árbitro como Lo Bello que hizo todo lo posible para que perdiéramos y pitó de manera escandalosa. Un trabajo bien hecho”.
¿Por parte de quién?
“Del fútbol italiano. De quien tenía el interés de mandar dos equipos a la Copa de Campeones. Todos sabían que éramos favoritos para volver a ganarla, añadir otro equipo les convenía a todos. Fue una total porquería. Todavía hoy me quema”.
Jürgen Kohler, Pasquale Bruno… ¿Quién le quitó más meses de carrera?
“Nadie. Me hice respetar. Ellos querían pararme, yo tenía que hacer goles. Todo normal. No me arruinaron por duros centrales, sino de malas operaciones”.
¿Qué representa el 21 de diciembre de 1992?
“El final de mis sueños. Jugaba como un Dios, tenía un entrenador que me gustaba como es Fabio Capello. Me lesioné el tobillo, me operé. El error que marcó el resto de mi vida”.
Monti y Tavana (los doctores del Milan) le dijeron que no lo hiciera: ¿por qué no les hizo caso?
“No se hace a la idea de cuanto me arrepiento. Cada mañana durante los siguientes veinte años. Eso era lo primero que pensaba al despertarme. No me fiaba de ellos. Pensaba que solo hablaban por el interés del club”.
En su libro, en cada palabra, es una constante sensación de lamento
“Soy un jugador partido. Quizás el más famoso de esa categoría. No me dejaron ir en paz. No escondo que reinventarme como persona, fue algo duro”.
¿Cuanto echó en falta no tener a su madre a su lado?
“En 1985, al inicio de su enfermedad, la dejamos en un manicomio. Había sufrido un ictus cerebral. Era una mujer sensible e infeliz, como el matrimonio con mi padre produjo otras infelicidades. Pasó 22 años sin reconocer a nadie. No pudo disfrutar de los hijos ni sus nietos. Solo cuando se marchó, en 2007, supe la naturaleza del dolor sordo y sin nombre que sentía dentro todo ese tiempo”.
¿Por qué la cosa no funcionó como entrenador?
“Cuando volví al Ajax un chaval me provocó. Eres Van Basten, me dijo al pasarme el balón, déjame ver lo que eres capaz. Pero ya no podía mover la pierna. En ese momento supe que no podía ser un entrenador como Cruijff, que vivía también de lo que fue”.
¿Quién era el chaval más impertinente?
“Oh, estoy seguro que lo conoce. Se llama Zlatan, de apellido Ibrahimovic”.
¿Le gustaba?
“Me reflejo en él. Al empezar la carrera se parecía a mí. Muy técnico, en todo el campo. Luego él llegó a saber el secreto para ser un grande”.
¿Existe uno?
“Hacer goles. Cristiano, Ibra, yo. Lo pasamos todos. Si quieres ser el número uno, debes concentrarte en los goles y solo en los goles. Debes convertirte en una máquina”.
Se hablaba de depresión tras su último cargo como entrenador
“En ese caso fue diferente. Tenía ataques de pánico y ansiedad, para que no me faltara de nada. Antes de hablar con la prensa me tiraba al suelo en una sala vacía, buscando las fuerzas para salir y responder a las críticas”.
¿De donde nace esa inseguridad?
“De mi manía por el control. Quería hacer las cosas demasiado bien, no conseguía darme por satisfecho. No aceptaba la idea de ser discutido. Era un fanático del fútbol”.
¿Como Sacchi?
“Quizás si. Personas con ideas diferentes, pero devoradas por la misma obsesión”.
¿Cuando supo que lo de entrenar no era para usted?
“Una de las últimas salidas con la Selección. Llegué al aeropuerto, estábamos en Minsk (Bielorrusia). Todos me evitaban como si tuviera infectado. Esa sensación permanente de soledad me pesaba demasiado”.
¿Cómo se sale?
“Ya lo hice a través de otras situaciones similares. Tuve la humildad de reconocerlo. Al mismo tiempo, aprendí que no hace falta avergonzarse de pedir ayuda a quien está cerca, admitiendo antes que nada que estás mal. Y así fue como dije basta”.
¿Otra serie de lamentos?
“Nunca hice las paces con Johan Cruijff. Mi ídolo, mi maestro, mi amigo. Murió antes de poder decirle cuanto de importante era para mí”.
¿La causa de la pelea?
“Tenía un proyecto. Una utopía. Quería devolverle al Ajax a los ex-jugadores. Habría podido ser el team manager. Luego me dejó fuera. Nunca supe el por qué. Quizás era para protegerme. Fui a verle y su mujer me echó de casa. Nunca conseguí hablar con él, aunque luego hice las paces con su familia. Echo de menos a Johan”.
¿Qué se le pasó por la cabeza al decir un sieg heil en la televisión holandesa?
“Una tempestad en un vaso de agua, desencadenada por una broma por cretino. Ciertas veces uno quiere ser espiritual y era mejor haber estado callado”.
¿Su relación actual con el fútbol?
“Vivo en un constante estado de ambigüedad. Por un lado repito siempre que no era tan importante, que era uno de tantos que hacían cosas buenas”.
¿Y por otro?
“Tengo miedo que la gente se olvide de mí. Tenía razón Sacchi, soy algo lunático”.
¿Y sobre el cuadro en la entrada de su casa?
“Lo compré en una galería de Milán, cuando jugaba. Representa un bailarín, empeñado en un paso de danza clásica. Solo dos colores. El rojo y el negro”.
¿Quién es hoy Marco Van Basten?
“Un futuro abuelo. Un padre y un marido decente. Una persona imperfecta, que supo venir con el pacto de su fragilidad”.