Si el Milan fuera una orquesta siguiendo una partitura precisa y armoniosa, el trabajo de Álvaro Morata sería el clásico valor añadido. No hay muchos delanteros centro de 32 años que recorran más de cincuenta metros de campo para ayudar a sus compañeros en la fase de no posesión y recoger buenos balones para pasarlos a quienes encajen y estén quizá mejor posicionados.
En parte sucede por aptitud natural -siempre lo ha hecho- y en parte por un espíritu de sacrificio que debería (condicional como siempre en este caso) servir de ejemplo a todos los demás. El gran problema, sin embargo, es que el Milan está a años luz de ser una orquesta perfecta. Como mucho se permite algún solo ocasional, en medio de una lista interminable de tacos. Y así, todo ese trabajo oscuro y encomiable de su delantero centro no sólo no produce ningún efecto, sino que paradójicamente corre el riesgo de ser contraproducente.
Vaciar el área sirve si luego va otro y la llena. Recoger el balón hasta el centro del campo sirve si alguien más se mete en los espacios. De lo contrario, sigue siendo un trabajo en sí mismo. Y es un trabajo agotador, que desgasta los músculos, drena la energía y es frustrante por la ausencia de beneficios.
Álvaro nunca ha sido uno de esos delanteros que garantizan siempre veinte goles por temporada, pero ve y huele el gol. El hecho de que hasta ahora sólo haya marcado dos goles en toda la temporada, es decir, uno cada 359 minutos, certifica que hay un problema. Y, muy banalmente, si el delantero centro, por diversas razones, juega demasiado lejos de la portería, los goles no pueden llegar. Berlusconi, que adoraba a los delanteros de área, se pondría furioso.
Los gráficos de arriba dan una idea perfecta del tipo de juego de Morata (llevado a tales extremos, la pregunta es legítima: ¿son peticiones dirigidas del entrenador o “pone demasiado de su parte”?): en Monza le vimos retroceder hasta el borde de su propia área, pero esto es relativamente sorprendente. El jugador generoso, si puede, no teme hacer una carrera más.
La conversación gira más en torno a la frecuencia con la que retrocede en el centro del campo. A menudo en la línea del mediocampo. Características que también tenía Giroud -quizá con alguna pausa más, teniendo en cuenta también la diferencia de edad-, amante de las espaldas y de dar ejemplo a sus compañeros.
La reflexión de fondo es obvia: de acuerdo, Álvaro es así, es generoso, pero la otra cara de la moneda nos dice que a veces se ve obligado a cierto tipo de juego para cubrir los huecos de los demás en la fase defensiva. En ambos casos -tanto Morata como Giroud- la diferencia entre toques dentro y fuera del área es flagrante. Así que volvemos al punto de partida: en una orquesta cerrada sería un punto fuerte, en este Milan es una de sus muchas carencias.