Gigio Donnarumma, que de este Milan es el decano por presencias (190) a la cara de sus 21 años, ha razonado sabiamente y ha llamado a la unión del público rossonero. En su perfil de Instagram ha invitado a los hinchas a que se hagan sentir desde casa a través de fotos y vídeos en las redes sociales.
“Por ahora no será posible estar con nosotros en el estadio, pero contamos de todas formas con vosotros, aunque sea desde lejos”. Donnarumma sabe la importancia del momento: a los ojos del Diavolo, la Copa de Italia nunca ha brillado como en estos días.
Hubo un tiempo donde la Copa de Italia no le quitaba el sueño a los jugadores ni tampoco movía a la gente. El Milan dominaba Europa y el mundo, donde el trofeo local estaba en la parte final de la agenda: en los años de Sacchi, Capello y Ancelotti los equipos de leyenda que encantaban el planeta han jugado apenas dos finales del torneo tricolor, ganando una el 31 de mayo de 2003, tres días después levantó la sexta Champions en Manchester ante la Juve.
Las camisetas bianconeras vuelven a los hechos del presente: de una histórica final, la primera italiana en el Olimpo europeo, a una semifinal que puede ser histórico si el viernes en el Stadium la banda Pioli elimina a su rival: hoy la distancia entre los equipos hay un abismo, donde el Diavolo dejó de luchar por el primado y de besar trofeos.
La última fiesta fue hace cuatro años, cuando Donnarumma usó sus grandes poderes en los penalties de Doha y en el timón del club estaba todavía Berlusconi: el Milan se redimensionó para limitar los costes y mantener las cuentas en ordeny el éxito en la Supercopa fue una excepción para un club que no ganaba nada desde 2012 y desde 2014 se despidió de la Champions.
Entre los balances más en rojo y un equipo cada vez menos competitivo, la bajada hacia lo más bajo ya empezó. De ahí que en este momento históricamente tan delicado para el club de Vía Aldo Rossi, escalar la montaña bianconera, llegar a la final del Olímpico y ganar podría cambiar en cinco días sensaciones y perspectivas de toda la temporada.
Que empezó con el objetivo de volver a Champions tras haberla rozado hace un año con Gattuso y que siguió en las montañas rusas entre despidos, resultados altisonantes y choques en el club. Tras años de amarguras, en las últimas cinco temporadas el Milan ha jugado dos finales de Copa de Italia, perdiendo ambas, otras tantas Supercopas, con una victoria y una derrota, siempre ante la clásica Juve.
Dar ese salto supone muchas cosas: el plan económico, porque levantar el trofeo en Roma portaría a las arcas del club 20 millones de euros; deportivo, porque una victoria significaría entrar en la fase de grupos de la Europa League que de otra manera debería pasar por la liga y seguramente de la fase previa.
Siendo además el primer trofeo de la gestión de Elliott. La misión es complicada pero no imposible: con el Stadium desierto el factor campo está casi anulado y para conseguirlo basta un empate en 2-2 y más allá. Sin Ibra, Theo y Castillejo, Pioli pierde una gran fuente de gol y personalidad, pero puede ser impredecible gracias a un equipo lleno de centrocampistas y mediapuntas, con un extremo que deberá moverse como delantero sin recordar la ausencia de Ibra.
Rebic está llamado a hacer una tarea extraordinaria, aunque posible,viendo que él solo lleva el 40% de los 20 goles realizados por el Milan en este 2020, incluyendo la Copa de Italia (7 goles y 1 asistencia).
Porque Rebic adora golpear en las noches que cuentan, ya lo hizo ante el Inter en el derby perdido en remontada, ante la Juve en el 1-1 de ida y ante el Bayern, hundido con un doblete en Berlín en una noche inolvidable de hace dos años. Era la final de la Copa de Alemania, donde el Eintracht ganó 3-1.
LA ÚNICA DUDA EL MÓDULO
A dos días de disputar el partido, Stefano Pioli tiene las ideas bastante claras: el once titular ya están elegidos y la única duda es la disposición táctica, con el 4-2-3-1 y en alternativa el 4-3-2-1.