
Buenos Aires, junio de 1979, los rossoneri están de gira sin Liedholm, que está a punto de irse a la Roma. El Diablo está en manos de Alvaro Gasparini, que una mañana, mientras paseaba frente al hotel, siente un dolor agudo…Buenos Aires, junio de 1979, los rossoneri están de gira sin Liedholm, que está a punto de irse a la Roma. El Diablo está en manos de Alvaro Gasparini, que una mañana, mientras paseaba frente al hotel, siente un dolor agudo…
Álvaro Gasparini camina frente al Hotel Continental cuando siente una punzada en el pecho. Repentina, muy fuerte. Se desploma. Eran las 11 de la mañana en Buenos Aires y, en ausencia de Nils Liedholm, era el entrenador del Milan. Era el 5 de junio de 1979, el 18º día de la gira rossonera por Sudamérica. Con dificultad, a pesar de encontrarse a sólo unas decenas de metros, Gasparini regresa al hotel. En el vestíbulo se cruza con el doctor Giovanni Battista Monti y en voz baja le dice: “Siento un dolor muy fuerte”, luego se inclina hacia delante, se lleva la mano a la altura del corazón, su rostro es una máscara de sufrimiento.

El Dr. Monti, a quien todo el mundo en Milán llamaba Ginko, intuyó enseguida la gravedad de la situación, sentó a su amigo en un sillón, se marchó un momento a recepción y pidió que llamaran inmediatamente a una ambulancia. A las 11.30 Gasparini está en el hospital. Le acompañan, junto a Monti, el gerente acompañante, Franco Ghizzo, y el masajista, Guido Ruggero.
Los médicos de urgencias argentinos realizan un electrocardiograma. Todo parece en orden. Hay tonos tranquilizadores, informes que en teoría confirman el estado de salud del hombre: no hay nada de qué preocuparse. El corazón de Gasparini ha vuelto a latir con normalidad. En la sala de espera, el Dr. Monti niega con la cabeza, nada convencido de la respuesta de los médicos.
Por lo que pudo ver -en los agitados momentos en que Gasparini pidió su ayuda- se estaba produciendo un infarto. La noche anterior, Gasparini había caído enfermo y había hablado de ello con Monti. El médico le había recomendado un chequeo en el hospital. Era tarde, Gasparini no quería salir del hotel, el entrenamiento estaba previsto para la mañana siguiente.
No es nada, dijo. Ya se le pasará. Una gastritis, había concluido. Incluso se habían reído juntos. “Me pregunto qué nos darán de comer…”. Se había vuelto a acostar. Y a la mañana siguiente -alrededor de las once-, después de desayunar, había salido del hotel para estirar las piernas. Pero había vuelto a sentirse mal.

Los ejecutivos rossoneri están decidiendo qué hacer, unos metros más allá, al final del pasillo, Gasparini descansa en su habitación. Lo mejor es que se quede allí otras veinticuatro horas, no hay duda. Ghizzo llama un taxi y, junto con Ruggero, vuelve al hotel a buscar el pijama de Gasparini y una muda de ropa. Han pasado unos minutos cuando un médico se acerca a Monti y le informa de que Alvaro Gasparini ha muerto.
Monti llama primero a la centralita del Hotel Continental, donde el equipo está en el campo de entrenamiento. Pregunta por Gianni Rivera, el capitán. Cuando Rivera se acerca al teléfono, oye la voz entrecortada del director. Es un silbido. Unas palabras interrumpidas por las lágrimas: “Álvaro ha muerto”. Rivera se queda de pie, con el auricular en la mano, en estado de shock, luchando por darse cuenta. Alvaro Gasparini ha muerto. Con sólo 41 años, nació en Bastiglia, cerca de Módena, pero Cesena se había convertido en su ciudad de adopción.
Tras una carrera como futbolista entre Cesena, Catanzaro, Novara y Pisa, había empezado a entrenar. En aquel momento, era el segundo entrenador de Nils Liedholm. Llevaba tres años en el AC Milan. Había llegado allí en 1976, junto a Pippo Marchioro, con quien había trabajado en el Cesena. Y luego se había quedado, a pesar de cambiar de entrenador, primero con Nereo Rocco y luego con Nils Liedholm. Era un entrenador apreciado, por su competencia y profesionalidad. En el AC Milan se había convertido enseguida en “uno más de la casa”.

Lo que debería haber sido una gira de vacaciones se convirtió en una pesadilla. La fiesta milanista partió de Milán el jueves 18 de mayo. Cinco días antes, el domingo, terminaba el triunfal campeonato 1978-79. Era el año de la Estrella, el Milan ganaba el 10º Scudetto de su historia.
Estaban el viejo Albertosi y el joven Baresi, el ‘Piscinin’ estaba flanqueado por el experto Bet, estaban Collovati y Aldo Maldera, el lateral goleador, Buriani, De Vecchi y Novellino, estaba el carismático líder Albertino Bigon, estaba ‘Dustin’ Antonelli, llamado así por su parecido con el actor estadounidense Dustin Hoffman, y estaba Stefano Chiodi, el delantero centro, estaban Capello y Minoia, los primeros reservas.
Y luego está Gianni Rivera, en su último campeonato con la camiseta que ha llevado toda su vida. La gira se organizó precisamente con la victoria en el Scudetto. En Sudamérica les espera la llamada “Estrella del Sur”. Por ocho partidos amistosos entre Argentina, Uruguay y Paraguay, el club recibirá un salario de 130 millones de liras.
Pero el caso que acapara los titulares es otro: Nils Liedholm, tras ganar el Scudetto, está pensando en dejar el Milan. Al Barone le tienta un regreso a la Roma. Durante días, el presidente del Milan, Emilio Colombo, dio por hecha la reconfirmación del sueco en el banquillo. Pero Liedholm cree haber cerrado, después de dos años, su experiencia en el Milan. A sus 57 años, le espera un nuevo reto.

El Milan partió hacia Sudamérica sin Collovati y Maldera, ambos convocados para la Azzurra. El seleccionador Enzo Bearzot los quería con él. Nils Liedholm también se quedó en Italia. Ya no será el entrenador del Milan, que afrontará el campeonato 1979/80 con la escarapela tricolor de campeón de Italia en el pecho. El club rossonero eligió a su sustituto: se trata del emergente Massimo Giacomini, de 40 años, que en dos años llevó al Udinese de la Serie C a la Serie A.
Mientras tanto, comenzó la gira del Milan: tres empates (1-1), contra Boca Juniors, Talleres y River Plate, otro empate -esta vez 0-0- contra una selección de Uruguay, y luego una derrota contra Olimpia (1-2) tras una cacería de hombres por parte de los paraguayos. Los rossoneri vivieron la gira como unas vacaciones. La expulsión de Gianni Rivera, la primera en su carrera, ante el Olimpia de Asunción fue noticia. Alvaro Gasparini fue al banquillo en lugar de Liedholm.
La noticia de la muerte de Gasparini ya se conocía cuando el Milan volvió a enfrentarse a Andes Talleres y perdió 2-3. Antes del partido se guarda un minuto de silencio en memoria del entrenador. En ese momento, el cuerpo de Gasparini ya está de camino a Italia, acompañado por un par de directivos rossoneri. Al día siguiente, el grupo del Milan también parte.
La celebración de la Estrella, prevista para el 16 de junio en Milanello, fue cancelada. Con estas palabras recuerda Liedholm a su colega: “Era un amigo fraternal, un trabajador incansable, era humilde y al mismo tiempo orgulloso con cualidades humanas y morales. Cuando le dejaba el equipo para entrenar estaba muy tranquilo y puntualmente Alvaro respondía a mi confianza”.
Treinta años después de su fallecimiento en 2009, el nombre de Álvaro Gasparini se ha relacionado con las sospechosas muertes por ELA en el fútbol italiano, en el marco de una investigación del fiscal de Turín Raffaele Guariniello.