
Posesión del balón, fútbol dominante, presión constante, “porque este equipo, con las cualidades que tiene, no puede pensar en jugar de otra manera”. Éstas eran las premisas de la era Fonseca, conceptos que el propio entrenador desgranó hace unos meses mientras Ibra asentía sonriente a su lado.
Él, Zlatan, se encargaba de la otra mitad del cielo rossonero, según la misión de la empresa: acompañar el crecimiento de los jugadores, apoyar al entrenador en los aspectos motivacionales y en exprimir al máximo la profesionalidad de la plantilla. Eso es todo. De momento, digamos que no ha ido muy bien. Veamos los principales nudos que tiene que desatar el técnico portugués para enderezar el rumbo del Diavolo.
Tras dejarlo muy claro el día de la presentación, Fonseca ha repetido a menudo que el concepto central de su equipo milanista es el dominio del juego. El problema es que su equipo ha conseguido ponerlo en práctica poco, y en todo caso sólo durante ciertos tramos del partido. A decir verdad, ni siquiera la victoria por 3-0 sobre el Lecce fue el resultado de una ventaja territorial abrumadora, sino sobre todo del arrebato de un puñado de minutos. El derbi se ganó en la segunda parte.
Desde Leverkusen, el Diavolo pudo regresar a casa con un empate, pero la primera hora de juego fue un apagón. En Florencia, la posesión del balón era legible y un fin en sí mismo, mientras que en los partidos accidentados de principios de temporada, la opción de jugar todo lo posible en campo contrario exponía al equipo a reanudaciones sensacionales.
Fonseca cree tener un equipo capaz de desarrollar la fase ofensiva a través del regate, pero ¿cuántos jugadores son realmente capaces de ofrecer ese contexto? Reijnders, Pulisic y Morata (Bennacer está fuera). Los demás suelen ser más propensos a las transiciones.
Premisa: A Morata y Abraham no se les puede reprochar nada, pero realmente nada en cuanto a compromiso. Y hay que reconocerle al entrenador el mérito de que el Milan, desde que se ha desplegado con ambos delanteros, ha mejorado en líneas generales. También porque tanto Álvaro como Tammy son dos tipos generosos y ‘zumbones’.
En términos prácticos, sin embargo, sólo quedan unas migajas en el plato: en los nueve partidos de la temporada del Diavolo, tres goles en dos (2 de Morata y uno de penalti de Abraham) y una asistencia en cada uno. En términos globales, el Milan está ofreciendo una buena producción ofensiva, pero de los 16 goles en nueve jornadas, siete hay que sumarlos entre Venezia y Lecce. Entre las tareas de Fonseca: encontrar la manera de armar mejor los pies de Álvaro y Tammy. Y mientras el balón sea lento y escolástico, esto no podrá suceder.
Una sucesión de desastres tácticos, errores individuales y falta de entendimiento colectivo. Cuando el Milan defiende, siempre da la impresión de que puede encajar goles. La impresión es clara desde lo alto de la tribuna, pero evidentemente también habita en la cabeza de los jugadores, que de hecho manejan el balón con el terror de cometer errores.
La galería de los horrores defensivos incluye todo el repertorio: absurdas y repetidas reanudaciones adversarias (Parma), desatenciones departamentales (primer gol de la Fiorentina), amnesias individuales (Tomori, de nuevo en el Franchi). Hablando de Florencia: primer gol generado por un saque de banda, doblete de los viola directamente en un saque de portero. Ahora mismo intentar sellar el Diavolo es como intentar coger agua con una portería.
Por si los errores tácticos e interpretativos no fueran suficientes, Fonseca también tiene un problema evidente con la gestión del grupo. No en su totalidad, claro, pero sí en ciertos elementos. Hernández y Leao son los emblemas -y hay que subrayar que “Theo” es el activo técnico más importante de la plantilla-, el comportamiento de Theo en Florencia una mala publicidad para toda la marca rossonera.
En el Franchi, Tomori y Abraham tampoco estuvieron a la altura. Todo ello mientras el seleccionador expone planes de “liderazgo” compartido, a fin de potenciar al mayor número posible de jugadores. En cambio, este es probablemente el momento en que el palo es preferible a la zanahoria.
Un aspecto que, evidentemente, no es achacable al entrenador, pero que sin embargo afecta a la dinámica de los partidos. El grupo de 26 jugadores (23 en movimiento) no garantiza una cobertura total, ni una rotación adecuada en determinadas zonas del campo. Un ejemplo concreto y actual: con Hernández inhabilitado, la plantilla no tiene un verdadero alter ego del francés.
Lo mismo ocurriría en caso de ausencia de Fofana. Sin tener en cuenta el bajo rendimiento de los segundas líneas que, en cambio, forman parte de los 26. Una misión difícil: el seleccionador portugués debe encontrar la manera de suplir las posibles ausencias de los líderes y llevar a los reservas a un estado aceptable.